La Crónica de Beneficencia: Las Tres Habichuelas Mágicas

0
256

Fernando Adrián convierte en Puerta Grande la embestida más completa de las muchas que se produjeron en una Beneficencia con mucho que torear para un gigante Castella.

Redacción: Marco Antonio Hierro – Cultoro.es – Web Aliada – Foto: Luis Sánchez Olmedo

Madrid – España. Había una vez una plaza que cambiaba de fecha su corrida más importante de la temporada para que un torero con tirón en la taquilla maquillara el desaguisado que pudo haber sido anunciar a dos pobrecitos junto a Emilio de Justo en la primera plaza del mundo. Y con el Rey presidiendo… Había una vez un tipo que se siente más artista que nunca cuando ya nadie le impone nada, uno que quiere mantener un estatus que le está costando por su exigencia física y otro que en su vida la había visto más gorda. Los tres metieron casi 20.000 personas en Madrid un sábado de calor sofocante en el ruedo grande, lo que no está nada mal para redondear este San Isidro.

Pues a esos tres tipos, gallardos, dispuestos, bien vestidos y con la altanería propia de quien sabe que ese paseíllo mataría por hacerlo todos los demás, les habían dado por la mañana, a eso de las doce, una habichuela mágica a cada uno en ese mejunje de corrales en que se convirtió Madrid por mor de aquello de que el cabestrero no ayuda mucho en la labor del veedor. Daniel Ruiz, Juan Pedro Domecq y Victoriano del Río –único hierro superviviente del cartel original- fueron los que pusieron su nombre en la imprenta, y todos y cada uno de ellos entregaron una habichuela para que las plantasen los toreros.

Para ver el caso más claro hubo que esperar al sexto, ese toro bajo, hondo, enmorrillado, enseñando las puntas por encima del testuz. Un Secuestrador que hizo de tal para llevarse la admiración de todo buen aficionado que se dio cita en Las Ventas. Y un animal que tuvo delante al menos avezado de los tres actuantes, Fernando Adrián, que tuvo, sin embargo, el acierto de dejar que fluyera el caudal de bravura con el mero hecho de templar el trapo que llevaba en la mano en un formidable sexto acto.

Excepción hecha del capote, que lo apuñó como si sacudiese un mantel, Fernando Adrián tragó un caudal de bravura que muchos matadores de ferias no hubieran soportado con bien. Primero en los medios, con los cambiados que mostraban que allí no había nadie de paseo. Después con la mano derecha, con la que comprobó pronto que sólo había que bambolear y templar. Bambolear y templar. Todo vaciando todo lo atrás posible, porque si te quedabas a medio camino ya estaba el toro allí para recordarte su peligro. Pero Adrián, el que nunca se había visto en otra, había llegado a Madrid para triunfar o a que lo dividieran, y cuando el trazo natural se convertía en un circular completo que parecía no tener fin, oyó cómo rugía Madrid. Ya sólo tenía que tirarse a matar o morir, porque cuando plantó su habichuela, el tallo superó las nubes. Y llegó su segunda Puerta Grande en dos paseíllos este año.

También lo hizo la de Castella, que es ese tipo al que le gusta ser excéntrico porque se siente artista toreando o regando el jardín de su casa. Este Sebastián que ha vuelto, más reposado, más dulce, más predispuesto a degustar cada bocado, le va a costar volver a irse, porque ha comprendido la falta que hace y porque está gozando cada trazo de su muleta cual si no fuera a dar ninguno más. Hoy lo hizo con Juguetón, el primer toro de Daniel Ruiz que Daniel no vio lidiar en Madrid, y por eso su divisa era negra. Pero ese animal, la habichuela de Castella en el sorteo matutino, también saltaba por encima de las nubes hasta que Castella lo pinchó. Lo único que hizo regular en toda la tarde. A Juguetón le faltó, quizá, una chispa más de poder para que no se vieran las fuerzas tan descompensadas, pero este Castella delicado se agradece con toros como ese. Y como el cuarto, un Juampedro colorao, serio y codicioso que se mostraba acometedor y guardaba una trampa en cada final de embestida. Todas las sorteó Sebastián, al que, misteriosamente, el presidente decidió no premiar.

Tampoco a Emilio de Justo, pero es que los méritos habían sido algo más escasos. Y es comprensible con ese segundo al que le faltaron fondo y finales para estar a la altura de la exigencia de Emilio, pero extraña más con el cuarto, una brasa de codicia, de bravura y de temperamento que guardaba el peligro de arrebatarle al matador el favor del público. Y terminó haciéndolo, porque no dejó de acudir ni una sola vez a la muleta de Emilio, ya fuera con la izquierda, la derecha o un silbido de pastor. Esa, la habichuela de Emilio, fue tal vez la que mejor hundía sus raíces en el suelo para conquistar las más altas nubes, pero el extremeño, que torea con mucha más regularidad de la que requiere –tal vez- su todavía maltrecho cuerpo, tiró de recursos y de ligazones para despachar las acometidas francas pero ligeras de ese Victoriano encastado con el que escuchó silencio. Tras aviso.

Porque las habichuelas de la Beneficencia se aprovechan una sola vez, que no sabes cuántas veces te vas a ver el otra. Pero a ver quién le dice hoy a Fernando Adrián que el sistema no se lo va a poner nada fácil para estar en las ferias. Porque te pueden dar habichuelas para aprovecharlas mejor o peor, pero justicia… Y si no, que se lo digan a la Fundación…

Ficha del Festejo

Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Corrida de Beneficencia. Corrida de Toros, Menos de tres cuartos de aforo. Toros de Daniel Ruiz (primero y tercero) Juan Pedro Domecq (segundo, cuarto y sexto) y Victoriano del Río (quinto). Noble, enclasado y con ritmo el gran primero, justo de fuelle por entregado; de buena intención sin final ni fondo el serio segundo; inválido e indigno de trapío para Madrid el tercero; exigente con fondo para darlo el codicioso, cuarto, un buen examen para el torero; bravo, entregado, exigente y codicioso el gran quinto, aplaudido en el arrastre; bravo, humillador y de gran entrega y clase el soberbio sexto. Sebastián Castella (marino y oro): ovación tras aviso y vuelta tras aviso. Emilio de Justo (lila y oro): silencio y silencio tras aviso. Fernando Adrián (marino y oro): silencio y dos orejas. Incidencias: Se guardó un minuto de silencio al finalizar el paseíllo en recuerdo de Iván Fandiño, Saludó José Chacón tras banderillear al cuarto toro y Marcos Prieto al hacer lo propio con el sexto.

Dejar respuesta