Apoteosis en Pamplona

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Padilla se despidió de Pamplona en loor de multitudes, junto a Roca Rey con quien compartió triunfo de tres orejas cada uno. Cayetano corta una y pincha otra. Enrazada corrida de Jandilla.

La locura. El coro de veintemil que había comenzado la tarde cantando “Illa, Illa, Padilla maravilla” la cerró con “Padilla quédate, Padilla quédate”. Y así lo despidió en hombros, por la puerta del encierro, y junto a Roca Rey, los entregó a la inmensa multitud que desbordada los aguardaba fuera de la plaza. La corrida toda fue una explosión de sentimientos, un volcán pasional que dejaba lo conceptual sin contexto. Mandaba el corazón. Ya vendrán sabios y dogmáticos y le harán la disección postmortem. Quizá la condenen. Quizá la denigren. Pero lo que vivieron los que llenaron hasta las banderas el histórico coso, no se los quita nadie. Como tampoco al arremolinado mar humano que llenaba las calles, y se llevó los transidos toreros flotando, como briznas en una creciente. Y dicen que la fiesta está muerta. Y lo sostienen.

Juan José Padilla, torero hecho a la imagen y semejanza de Pamplona. Surgido del anonimato en este ruedo con miuras. Recién herido (hace seis días) en Arévalo por un toro que le arrancó un palmo del cuero cabelludo. Apareció en el ruedo con una pañoleta negra protegiendo el vendaje quirúrgico, la cual con el parche en el ojo izquierdo y las largas patillas acentuaban su parecido con “Desperdicios” el otro divino tuerto, del siglo XIX. Fiel a sí mismo y sin preámbulos, tres largas cambiadas de rodillas y una revolera. Detonaron la fiesta que no pararía. El quite por chicuelinas y luego un desborde de padillismo sin pausa, postrado y de pie. En línea y en redondo, Por alto y por bajo. Al pase y al antipase. Con incondicional complicidad de gargantas e instrumentos. Cuando “Decano» rodó sin puntilla por la estocada arriba. Las dos orejas cayeron porque cayeron y las ovaciones al arrastre se ligaron con las de la vuelta loca. Pero era solo el comienzo.

“Jugoso” fue el del adiós y quizás el más propicio de la tarde. Noble, y aunque no peleó en varas luego se creció en la muleta. El jerezano acentuó la lidia en la mano derecha y por allí, la embestida humilló y alargó justificando el temple y la profundidad. Pero Padilla es Padilla y los golpes de efecto matizaron. Circulares agarrando, regiomontanas, capeinas, molinetes de rodillas, abanicos y manoletinas antes de oficiar en los medios otro fulminante volapié y el escándalo. La vuela con banderas, prendas, pañuelos, besos y estribillos.

Parecía imposible no resultar opacado por tanto fervor bilateral. Pero Roca Rey, el adusto Roca Rey que a sus veintiun años ni sonríe, y así se juega el pellejo todos los días, pareció no haber venido a competir con el veterano sino a honrar su despedida. Le brindó la faena del tercero, no antes de impactar con un florido quite de tafallarea, farol, caleserina, gaoneras tres y brionesa ligadas. Sí, quite. Pero el asunto es que él lo hace con las plantas clavadas, la figura vertical, el toro en jurisdicción y aguantando de verdad. Igual con la muleta. Tras el brindis, estatuarios. Al segundo, el animal lo cazó por el vientre y le pego durísimo. Se tragó todo y para delante, vaciando dentro, la mano baja, la tela virgen. Por uno y otro pitón, cuatro, cinco y el remate. Sorprendiendo con los cambios por la espalda. Y el manicomio arriba sin control. Pinchó en sitio y luego el acero total y letal. Una oreja y pedían otra.

Fue a la enfermería. Un hematoma, diagnosticaron. Pero no se quitó. Le salió al sexto disimulando la cojera. Eso es de hombres. Le cortó las dos orejas. Con larga de rodillas como si fuese un guiño al maestro. Repitió el quite del tercero, pero más arrebujado, más quieto, si se puede. Y la faena tuvo un plus; el enrazado era de una exigencia bronca, tiraba cabezadas arriba. Lo sometió y lo puso a comer en la mano, a girar en redondo, al derecho y al revés, por detrás y por delante. Igualó en los medios, y hasta los gavilanes el acero, tiró a “Infractor” en medio de una batahola que le permitió a su señoría Enrique Maya volver añicos el record de la Feria entregando las dos orejas que sumaban siete de su augusto pañuelo en la tarde.

Cayetano, dignísimo en compromiso tan difícil. Su lote siendo bueno, fue el menos bueno. El segundo bravucón y el quinto noble sosón. Con ambos bregó echando cal y arena. Brillaron sus naturales de frente al uno, antes del pinchazo y la gran estocada que se quedó en saludo. Con el otro anduvo más templado y ligado pero la falta de emoción del toro embotaba. Con este, una serie de cuatro derechas, cambio de mano por detrás y pase de pecho marcó el culmen de la faena por su exquisitez. Bueno, exceptuando el estocadón sin puntilla que le permitió tocar pelo.

Se cortaron muchas orejas, cierto. Siete. Pero entre otras cosas porque se mató muy bien. La tarde fue también un homenaje a la suerte suprema.

Jandilla se lució con un encierro simétrico, moderado de tonelaje, sí, pero dignamente armado y con mucho que torearle. La gente salió como loca.

 

FICHA DE LA CORRIDA

Pamplona. Viernes 13 de julio. 9ª de San Fermìn. Lleno absoluto. Nubes y llovizna. Seis toros de Jandilla 519 kilos promedio, bien presentados, dispares, enrazados de juego diverso.

Juan José Padilla, dos orejas y oreja tras aviso.

Cayetano, saludo y oreja.

Roca Rey, oreja y dos orejas.

Incidencias: Roca Rey, cogido por el 3° lidió sus dos toros con un hematoma inguinal y al final del festejo Salió a hombros con Juan José Padilla, quien se despidió. Saludó Joselito Rus tras parear al 2°

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