¿Para qué se torea?

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Se trata de que se conjuguen la nobleza de un toro y la maestría de un torero.

Redacción: Antonio Caballero – eltiempo.com

Este domingo pudimos ver en la plaza de Santamaría un fenómeno raro: la demostración de en qué consiste el toreo. Nos la dieron el gran torero Enrique Ponce y un dulce toro noble de Ernesto Gutiérrez. Porque el toreo es cosa de dos.

Es la conjunción del toro y el torero, en el toreo. Los aficionados a la fiesta de los toros nos solemos conformar citando el aforismo de que “cuando hay toros, no hay toreros, y cuando hay toreros no hay toros”, que demasiadas veces resulta desgraciadamente cierto. 

El domingo, sin embargo, con un toro y un torero, vimos como pocas veces de qué se trata el toreo. A qué aspira el toreo. Para qué se torea.

Se trata de que se conjuguen la nobleza de un toro y la maestría de un torero. Un toro franco como el primero de la tarde, un torero en la cima de su maestría como el a veces demasiado fácil Enrique Ponce. Majestuoso con el capote. Templado y variado con la muleta. La estocada solo vino después de un pinchazo recibiendo. 

Y en los tendidos de la plaza el público –porque al plato del toreo hay que agregarle la sazón del público– reventando de felices aplausos. Y la lenta vuelta al ruedo del toro premiado y la aún más despaciosa del torero devolviendo sombreros de homenaje y pétalos de rosa arrojados al ruedo.

El toreo propiamente dicho es eso. Pero en la fiesta de los toros hay muchas otras cosas, desde la música de cobres de la banda hasta la molesta lluvia sobre los impermeables de colores. El gran par de banderillas de Santana al primero de la tarde. Un desplante de Sebastián Castella tirando lejos el estoque. El estruendoso derribo del picador y su gordo caballo blanco por el quinto toro, con su confusión de capotes volando y de cascos en el aire. Los dos estoconazos mortales de Ramsés, y su firmeza con el sexto toro.

Y Ponce con el cuarto: la tarde fue de Ponce. Tardo, mansote, sin las menores ganas de embestir: forzándolo a pasar, o más bien convenciéndolo de que pasara por la muleta como los domadores de antes obligaban a un tigre a que saltara por un aro (yo solo los he visto en las tiras cómicas).

El poderío de un torero que es capaz de sacarles pases a las mismísimas tablas de un burladero. (Yo vi a Ponce una vez, en un hotel, torear un ascensor). También en eso consiste el toreo: en poderle a un toro que no quiere jugar al toro.

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