Ureña copó la tarde

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Justifico el mejor lote y cortó una oreja del quinto, cambiando estocada por cogida. El Fandi, con dos mansos y López Simón con un par de opuesto juego se fueron silenciados. Encierro de poca bravura.

Paco Ureña, lanzó su grito de guerra en el quite por gaoneras al primero del Fandi. Pies juntos, rectitud de plomada y quietud estatuaria en los medios, para tres embraguetadas que solo fueron deslucidas por el enganche del capote al rematar.  Luego, con el segundo, ya suyo, el más noble y encastado de la tarde, que no bravo, mece las verónicas, pero vuelve a rematar con apuro. Brindis a la clientela, en la que puso casi tantas atenciones como en los toros toda la corrida. Con un sentido permanente de espectáculo no quitaba los ojos del tendido ni en la mitad de las tandas. Fajado, pierde la muleta en la lucha cuerpo a cuerpo. Cómo dice Francisco Esplá “a cojones el toro siempre gana”. Sin embargo, decisión y nobleza sintonizan en series entusiastas por uno y otro pitón con respaldo popular. Epílogo de ayudados, molinete dos pinchazos, aviso, una estocada y ovaciones para ambos; arrastre y torero.

El quinto, bizco, pero con un veleto estilete derecho que asustaba, fijo en los capotes y estoico en el peto, obedeció con lealtad, por los dos pitones. La muleta del que vino a lo que vino, no le negó nada. Siempre con un ojo abajo y otro en el tendido, o mejor los dos en ambos. Las atenciones fueron recíprocas y la plaza entró en auténtica fiesta patronal. Aunque no todo fue igual. Hubo distancias grandes en unas tandas y mínimas en otras, que se jalearon parejo. Faltaba la estocada, y fue suicida. A topacarnero, hasta la bola y el hombre empitonado por el muslo, volando y aterrizando con la taleguilla desgarrada e imposibilidad de incorporarse. La oreja no tuvo disidencias. Al menos sonoras, y la cojera desapareció en la vuelta triunfal.

El Fandi, lució más con las banderillas en el cuarto, pero sus dos animales, uno blando y defensivo y el otro manso, ambos venidos cada vez a menos le obligaron a empuñar el arma pronto. La clavó caída en uno y atravesada en el otro. Silencios.

López Simón, da una imagen contraria a la de Ureña. La de la introversión, pero en modo abúlico. Y eso contagia. Más cuando se auna con la frecuencia del pico y el desajuste de los embroques. Todavía más cuando tales precauciones no se justifican, por la sosa docilidad de sus toros de hoy. Sin embargo, la compostura de la imagen gana corazones. No todos, claro. De donde siempre, brotaban a veces reconvenciones agudas y tatatás. Nada. Derecha, pecho, media espada sin efecto, un aviso, dos descabellos y palmas al arrastre. El sexto, como el mismo dijo, fue un noblote obediente e inane, además blando, que aburría un velorio. Dos pinchazos, un achuchón, dos tercios de estoque, descabello y punto.

José Juan Fraile, ganadero de Puerto de San Lorenzo, declaró en la postcorrida que este encierro “estuvo un poco por encima de todos los (suyos) de los últimos años”. Los he visto y lo dudo respetuosamente. Pero de ser así, tampoco es para echar campanas a vuelo. Faltó bravura en todos, y poder y fondo en la mayoría. Nobleza, rayana en mansedumbre sí abundó. Aunque la verdad es que eso gusta mucho hoy.

FICHA DE LA CORRIDA

Madrid. Martes 15 de mayo 2018. Día del santo. Plaza de Las Ventas. 8ª de San Isidro. Sol y viento. Casi lleno. Seis toros de Puerto de San Lorenzo, 581 kilos promedio, parejos bien presentados y armados, dóciles y bajos de raza.

El Fandi, silencio y silencio.

Paco Ureña, saludo tras aviso y oreja.

López simón, silencio tras aviso y silencio.

Incidencias: Saludaron Vicente Osuna y Juan Arruga tras parear al 3º.

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