SAN ISIDRO: EL ALQUIMISTA

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Redacción: Marco A. Hierro – Cultoro.com – Web Aliada – Foto: Luis Sánchez Olmedo

Enrique Ponce abre la Puerta Grande de Las Ventas por el empeño del aficionado que llenó la plaza y su magisterio ejemplar con dos toros muy distintos de una interesante corrida de Domingo Hernández

Madrid – España. Escribe Paulo Coelho en ese célebre libro que se titula El Alquimista que cuando uno está firmemente determinado a conseguir una meta el universo conspira para que lo consiga. Bien podíamos decir que el alquimista fue hoy Enrique Ponce, que midió los ingredientes justos en los dos actos que firmó en Madrid para obtener la cantidad mínima exigible de Piedra Filosofal, pero no; el alquimista, ese al que se refiere Coelho y que vive las peripecias de su novela fue hoy el público de Madrid, que vino firmemente determinado a sacar a Ponce por la Puerta Grande y retorció los planetas hasta que se alinearon para conseguir esa meta. Y yo me alegro.

Me alegro porque es la forma de reconocer la afición, la constancia y la capacidad de un hombre que decidió ser torero y está en plenitud cuando cumple ¡28 temporadas como matador! Me alegro porque, aunque fue la plaza llena la que decidió que ese hombre no se podía ir a pie hoy, fue también él el alquimista de embestidas y condiciones que ha sido siempre pero con el poso y el peso que da la madurez, el fondo en las muñecas que aporta el haber gobernado miles de embestidas como estas y la rotundidad asolerada de quien ya no tiene nada que demostrarle a nadie. Enrique Ponce, 28 años después de comenzar a ser máxima figura, se ha convertido hoy, por fin, en consentido de Madrid. Así de grande es el toreo.

Lo hizo con dos toros de Domingo Hernández, que tomó antigüedad donde suceden los sucesos con una corrida grandona y desigual de todo excepto de volumen, pero tan válida para el triunfo que alguno más que los dos de Enrique se pudieron ir a destazar ya mutilados. No fue así, por ejemplo, porque la enorme anatomía del embestidor tercero, al que el fardo de quintales atemperaba el tranco, no aceptó el metro de acero que quería endilgarle David Mora. No fue así tampoco porque a la devanadera díscola que resultó el sexto la pasó de vueltas el inexperto Varea -que confirmaba hoy doctorado- antes de pasaportarla de un sablazo criminal. Y, en conjunto, sin ser el encierro que te sueñas, sirvió para el objetivo que hoy planteaba Madrid.

Ya se lo cantó el alquimista de hoy a Enrique Ponce cuando se abrió de capa y lanceó con cadencia y verdad enritmada el galope franco y codicioso del segundo de Domingo. Le expresó al valenciano su deseo de aplaudirle poniéndose en pie después del brillante saludo, que era una forma de reconocerle el magisterio. Pero ese, el magisterio de un tipo completamente magistral, llegó cuando el ritmo fijo y obediente del animal se fue detrás de un trapo rojo que a estas horas aún está por alcanzar. Ni un enganchón, ni un mal gesto, ni un mohín fuera de tono desde los doblones toreros con que inició el trasteo hasta la estocada final de la que tardó el animal en caer. En el medio, empaque en los embroques, naturalidad acrisolada en los derechazos, de mano baja porque colgaba desde el hombro sin una pizca de tensión. Toreo de cadera, de corazón, de pura vida para embarcar y soltar, de milimétrico temple para dibujar y dibujar con la medida correcta. Un pinchazo emborronó la obra que ya iba para dos cuando volvió a doblarse Enrique con el toro embestidor, pero no podía fallar dos veces el tocado hoy por la mano del alquimista.

La otra, la oreja que le faltaba, llegó a última hora, llegó cogida por los pelos y llegó cuando ya habían enganchado al burraco cuarto al tiro de las mulillas, que fue la forma -entiendo yo- que tuvo el presidente de hoy de decir que la otorgaba pero sólo por escuchar al alquimista. Fue la forma que tuvo Jesús María de sumarse al reconocimiento global dejando caer que no era por lo de hoy. Porque se iba Ponce por la puerta grande con un toro de escuchar silencio para cualquiera, de ovación para Enrique después de lo hecho con él y de segunda oreja y gloria para el que ya es, sin duda alguna, historia viva de la Tauromaquia. Y tuvo mérito la pelea con el burraco, buscando siempre la colocación perfecta, la vuelta para torear, la distancia para trazarle bello a pesar de sus tarascadas y el gobierno impositor sobre el díscolo ingobernable que, sin embargo, hoy sirvió.

No le sirvió a David Mora la humillada claridad que le demostró el enorme tercero, con sus casi siete quintales obligándole a pisar el freno y su metro y medio de cuello tomando trapo a ras de arena. No le sirvió ese al alquimista en otras tardes porque no le jugó hoy a favor el sable ni se le alinearon los planetas del toreo, por mucho que dejase su entrega en cada palmo de la plaza. Era la tarde de otro y no era de su propiedad el universo de hoy para alinear los planetas, y eso sucede mucho en el mundo del toro. Por eso no confabuló a su favor más que para matar al quinto, cuando se tiró de frente sin escamotear el cuerpo y se llevó un tremendo porrazo con el pitón de pasar del que, afortunadamente, no se llevó más que el golpe. Bastante fue para David, según estaban hoy las cosas.

Muy propicias parecían para Varea al anunciarse este cartel, porque le confirmaba doctorado tal vez su mejor maestro en el concepto elegido. Las formas clásicas y bien dibujadas que exhibe siempre Varea se estrellaron hoy contra el desordenado primero y le dieron fiesta al asperito sexto de cara suelta, pero ni con uno ni con otro consiguió su objetivo. Porque tras echarle la diestra abajo y dejar trincherazos y remates de sabor asolerado, tragar pasadas sucias y descompuestas -pero pasadas al final- y hacer un esfuerzo por escarbar el fondo del toro debajo del tendido 5 le voló la tizona cual navaja de gitano. Y eso aquí es anatema.

Para entonces ya estaba claro para quien conspiraba hoy el universo creado por el alquimista. Y el más constante, el más limpio, el más antiguo y el más maduro de la clase vio cómo se resarcía Madrid del mal trato de otras tardes. Y no me parece mal…

Ficha del Festejo

Plaza de toros de Las Ventas. Vigésima tercera de la feria de San Isidro. Corrida de toros. No hay billetes. Seis toros de Domingo Hernández, que tomaba antigüedad, grandones y con presencia dispar. Informalón sin maldad el soso primero; obediente y enclasado el feble segundo; de nobleza con ritmo el tercero; descompuesto y áspero el buey cuarto; desordenado y sin entrega el escurrido quinto; corretón descompuesto y embestidor de cara suelta el sexto. Enrique Ponce (ciruela y oro): oreja y oreja tras aviso. David Mora (tabaco y oro): ovación tras aviso y palmas. Varea (marfil y oro) que confirmaba su alternativa: silencio y silencio tras aviso. Saludaron Ángel Otero y José María Tejero tras banderillear al tercero y Antoñares al banderillear al quinto.

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