La Crónica de San Isidro: La Inteligencia Artificial

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La deriva de Las Ventas, que confunde lo bueno con lo que quiere ver, se enfrenta a un sector que se empeña –con razón- en que Madrid no sea Madrid…ejos.

Redacción: Marco Antoni Hierro – Cultoro.es – Web Aliada – Foto: Luis Sánchez Olmedo

Madrid – España. En los tiempos del Smartphone, la tablet y el chromecast –la verdad sea dicha- parece un contrasentido hablar de un espectáculo con cinco siglos de historia sin que haya cambiado en algo su apariencia. Bastante es que todavía se innove en la confección de trajes de luces o en las telas de los avíos, pero hay cuestiones que jamás se deberían tocar, y mucho menos trastocar. Ni siquiera ahora, que existe una inteligencia artificial que dice que nos hace la vida más fácil, pero sólo porque nos oculta lo que cree que debemos ignorar. Y en esto, como en las series de ficción, existen dos bandos distintos. Y también como en las series de ficción, no está muy claro que los buenos sean tan buenos ni que los malos sean tan malos.

Un poco lo mismo pasa con la plaza de Las Ventas, donde hace un par de años que se ha alojado un sector de público que viene a aplaudir aquello por lo que ha pagado –y mucho- sin tener muy claro qué ha pasado en el ruedo. Vamos a llamarles los del pañuelo blanco, para no ofender a nadie. Para ellos ya está la inteligencia de Manzanares –muy poco artificial- que le suelta los vuelos dos veces con cierta gracia al primero –no se recuerda más en su repertorio- y si le llega a meter la espada a la primera igual hasta trinca botín.

Del otro lado están los otros, vamos a llamarles los del pañuelo verde, empeñados –con más o menos acierto, sobre todo en las formas- en que la plaza de Madrid no se convierta en Madrid…ejos. Esos, que quieren mantener un toro en Las Ventas que no se derrumbe, vieron la blandura y la falta de poder del primero, de Valdefresno, y no está mal visto. Pero, dado que llegados a la muleta no se va a devolver al bicho, podrían haberse fijado en la excelsa clase de su pitón izquierdo, en la entrega permanente que le hacía gastarse mucho más de lo que podía soportar y aun así continuaba embistiendo. A Manzanares, este que llegó hoy, es verdad que ya lo tienen muy visto como para echarle cuentas. Los del pañuelo blanco, sin embargo, se pasaron un pelín bajándole el listón de la exigencia; que se ha llevado una leña por la tarde, oiga…

Menos se llevó Emilio de Justo, aunque va a estar más tardes y ya lleva una salida en volandas de ese público de pañuelo blanco que hasta cuando escupe se lo ve hacer en forma de corazón. Es el mismo que le corea los olés enfervorizado sea como sea el muletazo. Hoy los hubo supremos, pero también esperados detrás de la oreja, y se cantaron igual. Y no, oiga; no vale lo mismo la tanda al natural, de uno en uno y comprometida al máximo, que le zumbó al quinto por su peor pitón, que la noria de derechazos muy ligados para que no parase con que comenzó a rugir Madrid. Que tampoco vio, por cierto, que el inicio genuflexo en terrenos del 5 pretendía dejar el trapo a una altura que no pareciera tan alta como para aliviar, pero sí lo suficientemente baja como para aplaudir. El temple, eso sí, le viene a Emilio de serie. Y los de pecho, soberbios todos como la trinchera con la que concluyó la mentada tanda con la chota en ristre. Lo malo es que los del pañuelo verde, en su afán de llevar la pureza a su cauce, no reconozcan el esfuerzo de un torero que se compromete con esta plaza siempre, aunque para fabricar muletazos macizos tenga que echar alguno con la pierna por detrás. Y ojo con ese quinto, que si no llega a dejarle la espada en los blandos igual hablábamos de una locura.

Como locura fue la primera vez que Roca Rey entró en acción esta tarde. Fue en el primero, en un quite por chicuelinas sobaqueras, porque por allí quiso ir el de Valdefresno, que ni tiene inteligencia artificial, ni sabe de arrimones peruanos. El que sí sabe, porque es inteligente, es Andrés, que exige siempre a los toros el punto justo que le pueden dar. Aunque eso suponga que se queden ariscotes y mirones, como ese sexto de mirada extraviada y tendencia a los adentros que hubo dos veces en que lo pudo coger por el tobillo y abrirlo en canal. Y, mientras eso pasaba, los del pañuelo verde coreaban los muletazos con ‘miau’. “Vienes con los toros más cómodos”, se escuchó una voz en el tendido alto del cuatro. Yo pensé que cómodo es el sofá de mi casa, y que no creo que nadie en el tendido esté capacitado para jugarse la vida con uno que no lo pregonaba como hizo Andrés, que es figura y está rico, con ese sexto raboso que mal rayo lo parta.

Pero en los toros, que nacen del pueblo, cada uno viene a decir lo que le parece bien, sea o no una estupidez. Y esa deriva venteña debería analizarla la inteligencia artificial. Igual que habría que despejar una duda existencial que a algunos nos aborda: si alguna vez fuera usted, señor del pañuelo verde, al teatro a ver una obra de Miguel Mihura, supongo que no exigiría en medio de la representación y a voz en grito que le representen una de Buero Vallejo. ¿Por qué se atreve, entonces, a hacerlo en los toros…?

Ficha del Festejo

Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Décimo cuarta de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. No hay billetes. Tres toros de La Ventana del Puerto (tercero, cuarto y sexto); dos de El Puerto de San Lorenzo (segundo y quinto) y uno de Valdefresno (primero). Y un sobrero, el segundo bis, de Vellosino. Clase suprema sin motor, ni fuerza tuvo el primero; desfondado y a menos el sobrero segundo bis; nunca se entregó el obediente y repetidor (a media altura) tercero; desfondado y parado el cuarto; calidad excelsa por el derecho, de contado poder el quinto; áspero y deslucido el sexto. José María Manzanares (ciruela y oro): ovación y silencio. Emilio de Justo (grana y oro): silencio y ovación tras aviso. Andrés Roca Rey (negro y oro): palmas tras aviso y silencio.

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