Joselito Castañeda Inaugura la Puerta Grande de la Santamaría

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Aclamado por gritos de ‘¡Torero,torero!’, el novillero bogotano salió a hombros por el túnel que históricamente ha conducido a la enfermería, pero en medio de la puerta principal de la plaza de Bogotá. No cortó orejas, pero hizo respetar la Santamaría, el día que la administración antitaurina montó un show en el ruedo más importante del país.

Redacción: Diego Caballero – Puertagrande.net

Bogotá – Colombia. Nunca antes en la historia de la plaza de toros de Santamaría, un torero había salido a hombros por la que debería ser la auténtica puerta grande de la plaza de toros de Santamaría, precisamente la de la fachada neomudéjar, y por donde siempre se ha entrado al tendido de sombra, en una época el de presidentes y políticos, y siempre el de los bolsillos más pudientes.

La puerta del patio de cuadrillas fue construida sobre la calle 27, en cambio, en la carrera sexta, debajo de la puerta grande, se utilizó como túnel de estacionamiento de la ambulancia, toda vez que en la que sería el umbral de la gloria quedó el del quirófano. Además, la Santamaría se inauguró sin rostro, y solo catorce años después se construyó su fachada, pero sin acceso para la entrada o salida de los toreros.

Por esa razón, ningún torero tiene una fotografía debajo de la puerta grande de la Santamaría, como la consiguió Joselito Castañeda en la mañana del 20 de febrero, fecha tradicional de toros en la Santamaría.

Lo hizo sin cortar orejas, pero tras haber ‘debutado’ de luces en la primera plaza del país, el día en que la Alcaldía Mayor volvió a abrir sus puertas, 721 después, pero para profanar su ruedo. Como Jesucristo cuando expulsó a los mercaderes del templo, Castañeda provocó con los óles de sus muletazos al viento que los herejes recogieran sus cosas y se marcharan. “9 de cada 10 bogotanos no quieren corridas de toros en la plaza”, pregonaba antes la administración. Nueve de cada diez asistentes el domingo a la Santamaría reclamaron el regreso de las corridas de toros. Esa fue la realidad.

La mañana de un valiente

Si no estuviéramos en días prohibicionistas, ayer la Plaza de Toros de Santamaría tendría que haber vivido una tarde de toros programada dentro de su tradicional temporada. Un pliego inviable dejó a los bogotanos sin toros y lo que sí se programó, con entrada libre y por parte del Institutito Distrital de Patrimonio Cultural, fue una visita guiada a la plaza invitando a los asistentes a mirar la Santamaría con otros sentidos y a que pensaran en un nuevo uso para las instalaciones de la misma, porque como según dijo el funcionario de la institución, encargado de guiar a los visitantes, ‘’los bienes culturales no son algo estático y se pueden convertir en otra cosa’’…

A las 10 de la mañana, la hora programada para la visita, se dieron cita un buen número de curiosos en la puerta número seis de la plaza. Los dos funcionarios de I.D.P.C. encargados de hacer mirar con otros sentidos a la Santamaría y desconociendo que por esa puerta salen los toreros heridos, se llevaron una ‘cornada’, aunque interna porque de ella se darían cuenta una hora después. La gran mayoría de los que escuchaban y haciendo uso de su derecho ciudadano de asistir a un evento de entrada libre, eran ‘espontáneos’ taurinos a los que no iban a convencer de mirar su plaza con otros sentidos.

Durante una hora los curiosos y algunos de los espontáneos recorrieron las instalaciones de la plaza, mientras escuchaban a los guías contar, una y otra vez, algunos acontecimientos que han marcado la historia de la plaza en los que, obviamente, se omitieron los verdaderos hechos que ayudaron a mantenerla en pie hasta lograr que el 26 de septiembre de 1984, el presidente de la República, Belisario Betancur, y la ministra de Educación, Doris Éder de Zambrano, firmaron el Decreto 2390, que la declaró “Monumento Nacional” y de paso la convirtió en intocable: las corridas de toros.

Hasta los corrales de la plaza llegaron los visitantes siguiendo a los dos guías que insistían en hablar del uso de la plaza como cosa del pasado. Y para hablar del pasado uno de los pocos espontáneos que a esa altura seguían la visita guiada ‘saltó’ para intervenir y dar una breve cátedra sobre la inauguración de la plaza y la tradición taurina en Bogotá: Guillermo Rodríguez Muñoz, periodista de Caracol por más de 30 años y encargado de cubrir varios de los hechos que marcaron el devenir de Colombia y al que los del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural no reconocieron.

Hernán Ruiz ‘El Gino’ dio un paso al frente y destapó con toda naturalidad su profesión: soy matador de toros. Explicó que en esos corrales no se maltrataban los toros, ni se les ponía vaselina en los ojos como los anti taurinos lo quieren hacer creer. No desaprovechó la oportunidad para contar que en esta plaza morían dignamente no más de 30 toros al año para luego terminar en una carnicería, como todo animal de la cadena alimenticia, cifra pequeña comparada con los que mueren diariamente en un matadero con el mismo fin.

Los visitantes, también con naturalidad, escucharon y preguntaron ¿Cuántos toros salen en una corrida?, ¿Cuántos corrales hay? El Gino respondía y antes de que a un ‘osado’ visitante le diera por preguntar por la próxima corrida, los guías decidieron cambiar de tercio e invitaron a todos a salir de los corrales para subir a los balcones de la plaza.

Los visitantes llegaron a ellos subiendo por los tendidos de sol mientras admiraban la Santamaría y escuchaban a los guías insistir en verla con otros sentidos. Guillermo Rodríguez y El Gino seguían ‘colados’, también ‘Juliaco’, que trabajó varios años como acomodador en la plaza, y que se puso a repartir fotocopias con fotos de la historia de la plaza.

Los demás ‘espontáneos’ estaban en la puerta del túnel de la enfermería esperando el suceso de la mañana. Como si se tratase de la entrada del patio de cuadrillas en una tarde de expectación, se apeñuscaron y ‘largaron’ esperando la llegada de un torero.

A esas alturas, ya se habían enterado que en punto de las 11 de la mañana un valiente novillero, vestido de luces, se iba meter a la boca del lobo para agregarle una hoja más a la historia de la plaza que ya llegó a 91 años.

Mientras llegaba el torero, dos aspirantes se pusieron a torear al viento con sus capotes a las afueras de la plaza. Un grupo de zanqueros, contratados por el Distrito, los animaban con sus bailes desde la altura y con los instrumentos que los acompañaban. Como buenos artistas, supieron apreciar el toreo.

Mientras tanto, en un hotel que mira de frente la puerta seis de la plaza, Cristian José Castañeda Aldana o ‘Joselito Castañeda’ como se anuncia en los pocos carteles en que ha visto su nombre, pensaba en la que sería su ‘presentación’ en la Santamaría, alejada de lo que alguna vez soñó cuando, ya hace 14 años, vio en esta plaza al maestro César Rincón decir adiós.

Mientras se enfundaba un vestido de torear, crema y oro, pensaba que paradójicamente su ‘debut’ en Bogotá fue organizado por los que hoy pretenden borrar su profesión. Se tomó un ‘tinto’ como suele hacerlo antes de salir a cualquier plaza para tranquilizar los nervios, pero esta vez la bebida no era suficiente y eso que no se iba a enfrentar a un novillo ni a dos, tampoco a seis como es otro de sus sueños. No, esta vez no iba a mirar de frente a una fiera, presumía que iba a enfrentar la mirada de odio de los que lo llaman asesino y cobarde. Por eso, un ‘tinto’ resultaba poco.

Así que se armó de valor, se alió su capote de paseo y arrancó un paseíllo inimaginable desde la misma puerta del hotel. Atravesó la calle sexta y llegó a la puerta seis de la plaza donde lo esperaban las cuadrillas. Sus colegas Andrés Manrique y Diego Alejandro, que ya saben de luchas por la Santamaría, estaban ahí, dispuestos a enfrentar la mañana. Tampoco faltaron los ánimos de los maestros Alberto Ruiz ‘El Bogotano’, Héctor Jiménez, Joselito Borda y Pepe Manrique. José Luis Robayo y Manolo Castañeda completaron el cartel de toreros. Los banderilleros Antonio Carrión y Wilson Chaparro ‘El Piña’, dispuestos a reaparecer, se metieron en la planilla en la que estaban Hernando Franco, Jaime Devia, Andrés Herrera, el ‘Pino’ y Marcos Prieto preparados para echar un capote, los que llevaban Joselín plazas y Alonso Vargas.

También y a caballo, aunque de acero, llegó el picador Edgar Arandia. La mayoría esperaba en el ruedo y otros se fueron detrás del valiente novillero, que se dispuso a atravesar el ruedo de la Santamaría esquivando colchonetas hasta llegar a un gran dummy inflable, de unos tres metros de altura, que contaba de la presencia en el acto de la Alcaldía Mayor de Bogotá.

En la arena y en los tendidos lo esperaban más de cuarenta aficionados que se alcanzaron a enterar de la ‘corrida’ y no se la quisieron perder. Tampoco faltó, no podía faltar, la banda que se unió al paseíllo, y que como es regla en la primera plaza del país, arrancó el desfile con el Gato Montés. Asombrados quedaron los que se encontraban tirados sobre las colchonetas y que habían llegado a la cita pensando en que estaban allí solo para asistir a una jornada de vacunación de mascotas y para mirar la plaza con otros sentidos, como se leía en la invitación del I.D.P.C. Nunca imaginaron, aunque estaban en una plaza de toros, que iban a ver a un torero.

Y como decía el maestro Antoñete ‘pronto y en la mano’. Joselito Castañeda se puso a torear de capote y de muleta. Verónicas, tafalleras, derechazos, naturales y pases de pecho. El pasodoble se hizo eterno y los oles no se hicieron esperar. Tampoco los gritos que clámaron ¡Libertad! ¡Libertad! y que se mezclaron con los de ¡Asesino! ¡Asesino!, que salían de las bocas rabiosas de algunas personas que, literalmente, se quitaron sus camisetas de ambientalistas, para ponerse las de anti toreo.

Y ya sin reparos se saltaron al punto final de su convocatoria, sacaron su propaganda anti taurina y con insultos defendieron su causa como quien defiende su empleo. Rodearon, junto con los taurinos, al novillero que sin acomplejarse se tiró de rodillas para seguir toreando.

Fueron incontables las tandas de muletazos, primero al viento y luego a unos pitones que aparecieron de la nada. Una locura de ‘faena’. Un niño, Diego Brillon, nieto de Alfonso, un viejo formador de toreros, también saltó a la arena y se puso a torear. El desconcierto de los ‘ambientalistas’ terminó con su paciencia y no faltó el ‘valiente’ que le quitó el bozal a su perro Pitbull para caminar desafiante entre los aficionados que no tuvieron más remedio que hacer la suerte del Tancredo, para no llamar la atención del animal.

Pusieron a sonar el total de los decibeles de unos bafles alquilados para la ocasión y seguramente pagados del erario público, para tratar de opacar a la papayera, pero los seis músicos resistieron estoicos y soplaron más fuerte la trompeta y el clarinete, y golpearon con más fuerza los platillos y el bombo. Apagaron los bafles para anunciar la cancelación del evento, según los organizadores por la presencia de personas no invitadas a su celebración. ¿Y a quién esperaban ver en la Santamaría, 721 días después de haber sido cerrada? Olvidaron que la invitación era abierta, que la plaza es de todos y que los taurinos solo estaban viviendo su ‘corrida’, además sin toro, como a ellos les gusta…

Y como las faenas no hay que alargarlas, después de una hora de toreo y ya con la banda agotada, pero sin entregarse, los taurinos decidieron que era la hora de llevarse al valiente novillero a hombros entre gritos de ¡Torero! ¡Torero! Entre otras cosas porque los anti-toreo, los pocos que quedaron, empezaron a provocar a los taurinos con insultos, y con sus celulares en la mano, buscando provocar una respuesta mientras gritaban ¡nos están amenazando!

Mientras tanto, arriba, en el monumento a Pepe Cáceres, seguían los dos guías tratando de convencer a nueve personas y a un perro, de que a la plaza se le puede ver con otros sentidos y que además es una gran alternativa para un movimiento Punk…

A las 7 y veintiún minutos de la noche, según marcaba el reloj de la plaza, pero con sol de mediodía, salió a hombros el valiente Joselito Castañeda después del paseíllo más duro de su corta carrera. Era la hora exacta, en la que hace ya 722 días, apagaron el Omega y cerraron la Plaza de Toros de Santamaría para el toreo.

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