Sol y Sombra

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“Sin sol el mejor torero es como un hombre que hubiera perdido su sombra…” escribió Hemingway en su largo ensayo Muerte en la tarde. El prosista yanki que también era poeta y dígase lo que se haya dicho, aficionado profundo, tiró esa frase, no como un lance lírico sino como un teorema.

Y lo desarrolló rápido en el mismo párrafo. “La teoría, la práctica y el acoplamiento de la corrida se han montado suponiendo que el sol va a estar presente, y cuando no brilla, falta una porción importante.”

Pragmático, parco directo. Caracteres nacionales que recogió en su estilo, ahora globalizado, y que hicieron de él quizá el más norteamericano de los escritores. Mi estilo, ironizaba, es la suma de mis defectos. Los cuáles por supuesto no le permitían circunloquios ni puntada sin dedal.

“Todo lo que puedo desear (para la corrida) es que sea una tarde calurosa y soleada” confesaba, pero no se atribuía originalidad en la observación. La presentaba como lo que era, como un viejo adagio. “El español dice: El sol es el mejor torero”.

Los adagios, expresan la sabiduría popular, verdades empíricas probadas por generaciones y generaciones. Ahora, las neurociencias vienen y descubren el agua tibia. Que sí que son ciertas. Que tienen razón.  Que toro, torero y público, como todo ser viviente, como todo el sistema solar le deben todo al sol y funcionan a su tenor. Que la noche y el día, que el reloj intracelular, que el ritmo circadiano, que el hipotálamo, que el núcleo supraquiasmático, que la melatonina, que las hormonas hacen a los protagonistas de la corrida mejor dispuestos para ella cuando brilla el astro rey.

Bueno, por mi lado, cientifismos y lugares comunes aparte, coincido con Hemingway, jamás he preferido las tardes encapotadas, las corridas nocturnas ni las plazas techadas. Estas en particular, a despecho de sus conveniencias mercantiles, me parecen contra natura, chocantemente posmodernas, esnob y aburridoras.

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