Reducción: Hernán adule y De La Rosa
Siempre lo he asegurado con verdadera convicción, todo en la fiesta de los toros tiene una razón de ser. Es preciso elevar los argumentos que sostengan esta afirmación desglosando uno de los apartes poco significativos en la mecánica de una corrida de toros. Pues bien, es el tercio de quites lo que me atañe en esta ocasión, una practica singular a la que muy poco se le vuelve la vista. El tercio de quites (un nombre poco propio, porque no es un tercio como tal) se remonta a los mismos orígenes de la fiesta de los toros en las españolas plazas provincianas, donde nació nuestra locura.
Debemos saber que en la época a la que haremos alusión no existían los métodos modernos que calamos en nuestro tiempo, la corrida de toros era artísticamente bucólica y primitiva, por lo cual, los petos para cubrir el vientre de la jaca estaban fuera del tinglado taurino, toda vez que hicieron su aparición en el año 1928. A sabiendas de la desprotección del caballo y por mera necesidad, aparecen los quites en cada uno de los seis toros a lidiarse. Consiste en llevar al toro sumergido en el capote después de haber sido impartido el castigo de la vara y ponerlo en suerte para su segundo encuentro al caballo, además, para evaluar las condiciones del burel después de recibir el puyazo.
Narrado de esta manera es un tanto anodino y simple, pero con el paso del tiempo el tercio de quites fue tornándose más atractivo convirtiéndose en un escenario de lucimiento para el torero, donde puede recrearse en el capote con las embestidas de un toro ahormado y con más clase. La metamorfosis desembocó a mitad del siglo XX en una pugna entre toreros por demostrarle al respetable sus capacidades creativas al manejar el capote, entonces aparecieron las chicuelinas, gaoneras, tafalleras, el imperecedero galleo de bú (que ya muy poco se ejecuta), gallosinas y otra serie de suertes que elevan la expectación. Entre esos hitos del mundo taurino, hemos de recordar, si hablamos del tercio de quites, la magnífica presentación de José Miguel Arroyo “Joselito” en la goyesca de Madrid de 1996, donde deleitó con lances variados en sus toros, un verdadero punto de apoyo para denotar la variedad de suertes que se pueden hacer luego de haber probado al toro en varas. Grandes capoteros como Julián López “el juli”, Morante de la Puebla, Miguel Martínez “zapopan” y otros tantos, dejan volar sus muñecas en el quite al caballo.
Esto, cuando los matadores hacen lo propio, pues una de las tantas adecuaciones de la corrida de toros, es que el subalterno lidiador lo ejecute. Quitar al toro del caballo también es un arte, como lo es cualquier otra manifestación dentro de la corrida de toros, esto nos demuestra que tenemos razones para defender la cultura taurina, porque no es una actividad caprichosa y advenediza que carece de fundamentos histórico.