Hacerle un sin pagar a Caronte y regresar sonriendo

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Redacción: Lalo Lozano

Ayer tuve uno de esos gloriosos días donde la poca conexión del teléfono te permite estar ciertamente desenchufado de la globalización. Sólo tenía el pendiente de saber la tarde que iba a ofrecer el novillero mexicano Isaac Fonseca en Las Ventas de Madrid. Con la poca red que cachaba mi teléfono, a las tantas, cayó un whatsapp de uno de mis mejores amigos que vive en Madrid y que acudió al graderío: “Ta cabrón el Isaac Fonseca mai”. Inmediatamente supe que algo importante había pasado pues mi amigo, aunque duro, tiene un gran criterio a la hora de ver toros.

Ya con la noche puesta y en la (aprisionante) comodidad del wifi de casa, pude recurrir a la eficacia de las redes sociales y de las crónicas para conocer que Fonseca había cortado un orejón en la plaza más importante del mundo. Eso sí, cambió ese triunfo por una extensa cornada y una fractura en la mandíbula. Su vuelta al coso de Alcalá fuera de feria y con la alternativa firmada, e ir por absolutamente todas las canicas ha hecho que Madrid y los del siete empiecen a considerarle un trato de honor. Con ello, y con que ayer se dejara media vida entre los pitones del fuenteymbro casi que convierten a Fonseca en el siguiente mexicano que tarde o temprano saldrá a hombros de Madrid. Todo lo anterior es acentuado bajo una complejidad aún mayor: la del que llegó a España con una mano delante y otra detrás sin ningún soporte de poderosas casas; su único amparo es el valor de su independencia y sus ganas —que se las pisa— de querer ser torero.

Cuando seguía bicheando en tuiter para ahondar en mi ilusión por Isaac Fonseca, vi una foto que me impactó: el niño —porque es un niño—, con el vestido turquesa y oro tinto en sangre, se metía por su propio pie a la enfermería con una mirada brillante que apuntaba al cielo de Madrid o la grada más alta del templo venteño, ¿a qué Dios le reza un hombre que con 25 cm de carne abierta y una mandíbula fracturada camina serenamente sonriendo como si llevara un helado en mano e intentara ligar a la más guapa del colegio? En la mitología griega, Caronte, era el barquero que cruzaba las almas de los recién difuntos al inframundo a cambio de un óbolo (moneda de plata). Aquellos que morían arruinados y no podían morir con el pago bajo la lengua estaban condenados a vagar cien años a la vera del río Aqueronte; sólo pocos mortales pudieron cruzar al inframundo sin pagar al barquero: Heracles y Orfeo. Lo de Caronte siempre lo recuerdo cada vez que un torero va y viene de la muerte brincando de pitón a pitón con la facilidad con la que ondean banderas inertes. Porque realmente es eso: estar flotando en la barca esperando que la furia de la bravura termine para saber si hay que cruzar o volver a la vida.

Si Caronte cruzó sin cobrar a Heracles por mero respeto a su heroicidad, algunos toreros tendrían que ser lo siguientes. Porque los toreros son héroes y no me queda duda que Isaac Fonseca ha iniciado su duro camino hacia la gloria: se pone con la pureza del ‘Nec spe, Nec metu’ «Sin Esperanza, Sin Miedo» que arrullaba los ideales de los gladiadores. Seguramente Isaac Fonseca se metió a la enfermería dibujando en su rostro una pícara sonrisa porque sabe que le se le ha ido sin pagar a Caronte, y que a su próximo, pero lejano y futuro encuentro, ya no habrá ninguna deuda puesto que el barquero no le acepta óbolos a los héroes.

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