Hace un Siglo Nació el Toreo Moderno
«…Tuvo que venir a México, donde descubrió el temple…»
Redacción:Antonio Casanueva
Hace exactamente cien años, en una tarde cargada de expectación, nació el toreo moderno. Fue el 1 de febrero de 1925, cuando Chicuelo, con su muleta convertida en pincel y un toro llamado Lapicero de San Mateo como lienzo, trazó en el entonces Distrito Federal los primeros compases de una nueva era en la tauromaquia. La lidia que hoy se observa en la mayoría de las plazas, caracterizada por muletazos ligados en redondo, se forjó en el continuo Guerrita-Gallito-Chicuelo, esto es lo que José Alameda llamó «el hilo del toreo».
Muchos historiadores coinciden en que, con la faena de Chicuelo al toro Corchaíto de Graciliano Pérez-Tabernero (Madrid, 24 de mayo de 1928), se alcanzó la cúspide de esa forma de torear que había soñado Guerrita e intuido Gallito, iniciando una nueva era del toreo. Pero para que Chicuelo pudiera alcanzar esa dimensión y hacer aquella faena histórica, antes tuvo que venir a México, donde descubrió el temple y la ligazón en la faena gracias a los toros de San Mateo.
Manuel Jiménez Moreno «Chicuelo» fue un torero andaluz que desde pequeño sorprendió por la gracia con la que ejecutaba las suertes. Tomó el apodo de su padre, el también torero Manuel Jiménez Vera quien murió de tuberculosis cuando su hijo tenía menos de cinco años. Fue educado taurinamente por su tío, el banderillero Eduardo Borrego «Zocato». Desde novillero, Chicuelo destacó por sus formas, gestos, desplantes y garbo. Un torero de arte, con ángel y ese pellizco que distingue a los grandes artistas sevillanos. Dueño de unas muñecas prodigiosas y capaz, con un solo quite, de corregir el balance de una mala tarde.
Antes de venir a México, su toreo carecía de profundidad y se limitaba al adorno. El afamado cronista de la época Maximiliano Clavo «Corinto y Oro» se refería a Chicuelo como «El Cuentagotas». En una crónica de 1924 escribió: «Di a tu tío de mi parte tú toreas muy bien, pero muy poco, y que con ese poco no se puede vivir, profesionalmente. Que en vez de cuentagotas te ponga un corcho en el frasco para que cuando vayas a la plaza no eches el perfume belmontino sino a chorros».
Chicuelo hizo cuatro campañas en México. Se presentó en 1924-25 (10 actuaciones). Fue esa la temporada en la que Rodolfo Gaona dijo adiós y cuando Chicuelo se convirtió en un ídolo. Regresó en las temporadas 1925-26 (16 corridas), 1926-27 (12 tardes) y 1930-31 (7 actuaciones).
La corrida consagratoria de Chicuelo fue hace un siglo, en la efeméride que estamos recordando. Un mano a mano con Rodolfo Gaona y toros de San Mateo. Gaona recibió una cornada y Chicuelo se quedó con los cinco siguientes toros. El diario El Sol de México encabezó la crónica: «¡Eureka! ¡Eureka, señores! ¡A Chicuelo le ha salido su toro anteayer tarde, en su beneficio! Y no uno, sino dos, tres, ¡quién sabe cuántos! Una tarde seria, grandiosa, inconmensurable».
El frenesí llegó con Lapicero, segundo de la tarde. El sevillano lo recibió con seis artísticas verónicas en los medios. En los quites vinieron gaoneras y mandiles. Con la muleta, un natural estupendo, luego, otro colocadísimo, sin enmendarse, otro más y hasta cinco naturales ligados, sin que el toro despegara el hocico de la mágica franela, y luego el forzado de pecho.
Enrique Guarner en su Historia del toreo en México describió lo que sucedió después:
«Chicuelo dejó que el toro se repusiera y siguieron otros cinco naturales, finalizados dignamente con el obligado de pecho. A continuación, con la derecha, todo tipo de pinturerías, afarolados, cambios de muleta, etcétera. El público ya no aplaudía; rugía, ebrio de entusiasmo. Manolo se dispuso a poner término a la escena, pero el concurso no lo dejaba. Se escuchó un grito: «Sigue toreando, por tu madre», y el sevillano complació al público empleando los ayudados y de la firma. Finalizó con media estocada y dos descabellos. La ovación fue clamorosa, increíble y tres vueltas al anillo».
Al día siguiente, Rafael Solana «Verduguillo» encabezó su crónica con la afirmación: «Como toreó ayer Chicuelo no habíamos visto torear nunca». Verduguillo tenía razón porque antes de ese primero de febrero de 1925 nadie había ligado tantos muletazos y con el temple con el que lo hizo Manuel Jiménez «Chicuelo».
Chicuelo se convirtió, entonces, en el primer español que fue un gran ídolo del toreo en México. Me contaba el maestro José Antonio Ramírez «El Capitán» como su padre recordaba aquellas multitudes que aclamaban a Chicuelo, un clamor que inspiró al joven Calesero a soñar con ser torero.
A cien años de aquella faena, la tauromaquia sigue siendo un espejo de la condición humana: lucha, arte y aceptación de lo inevitable. El toreo no persiste por la nostalgia del pasado, sino porque en su ritual se confronta lo que somos frente a lo que tememos. No es cuestión de aferrarse a una tradición, sino de comprender que la belleza auténtica no requiere justificación. Sobrevive porque, en cada muletazo, revela la fragilidad y la grandeza de existir.
Bibliografía
Alameda, J. (1989) El hilo del toreo. Colección La Tauromaquia Madrid: Espasa Calpe.
Clavo, M. (1924) Charlas taurinas. Corinto y oro. Madrid: Librería Fernando Fe, pp. 19-20.
Rodaballito (1925) El arte de los toros bajo del cielo y para darle vida vino Chicuelo, The Times, p. 5.
Guarner, E. (1979) Historia del toreo en México. 1. edn. México: Editorial Diana, p. 196.