El toro de lidia en Colombia – II

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Redacción: Roberto Ramírez Ocampo – lapatria.com

En el anterior artículo, mencioné generalidades de la historia del toro de lidia. En esta segunda entrega compartiré información sobre el toro en Colombia, para ambientar mi escrito final en defensa de la fiesta.

Desde la colonia en nuestro país se llevaban a cabo festejos con toros más ariscos que bravos, partiendo de los animales traídos por los conquistadores que pastaban en tierras de Canoas y Tilatá en los llanos orientales, también en el Tolima se celebraron “corridas” cercando las Plazas Mayores, de forma parecida a como se hacen las corralejas en la Costa.

Los toreros eran improvisados y no faltó más de un muerto, una viuda, y muchos huérfanos, la fiesta exigía a los participantes, bastante valor y claro, algo de estupidez porque no había médicos para curar cornadas.

Solo hasta 1890, llegaron los primeros toreros profesionales manteniéndose los festejos hasta 1924, con toros criollos, “calentanos” llaneros, “tilateños” etc. Y a pesar de las deficiencias, la falta de casta y la dificultad de la lidia aun para los expertos que venían de España, el entusiasmo crecía, creándose una sólida afición en Bogotá, Cali, Cartagena, Bucaramanga, Medellín y Manizales.

De acuerdo con don Manuel Piquero Pérez “Picas”, en lo que se denominó la época del centenario de nuestra independencia, que inicia en 1910, se registraban 18 “plazas” de toros en diferentes sitios de Bogotá. En 1915 apareció la primera plaza o circo en San Diego, cerca de donde don Ignacio Sanz de Santamaría construyó la Plaza de Toros. En su anterior plaza de madera, participaron toreros icónicos como “El Gallo”, “Bienvenida”, “Alcalareño” y otros, y allí, traídos desde España por don Ignacio y con la empresa de don Hermógenes Vargas, se lidiaron por primera vez toros españoles de Veragua, Miura y Santacoloma. No imagino las vicisitudes del transporte por la falta de comunicaciones y vías, el peligro de llevar unos animales que potencialmente podían matar, campesinos, mulas, caballos o ganado, era de una dificultad sin nombre, además tenían que llegar los toros vivos en un trayecto que adivino podía tomar un mes; de contera, los toros también podían despeñarse, morirse y llegaban tan maltratados, que su recuperación debería ser parte de otra narración y es que hacer país no empieza la víspera sino que se toma siglos.
Nuestro país es un “joven” de 500 años con más historias y sin duda con más geografía y ríos que otros mucho más “viejos”. Los toros vienen desde la Colonia que inicia en 1521, por eso, nos preocupa que desaparezcan.

Sigamos con nuestra historia.

La primera ganadería que cruzó vacas calentanas, tilateñas y san martineras fue Mondoñedo, con la ayuda de don Ignacio y la sapiente tienta de su gran amigo, “el Gallo”. Paralelamente, don Fernando Vélez de Cartagena, importaba toros ibéricos para su finca Aguas Vivas.

El primer toro español que se lidió en el circo San Diego fue Miserable, de la ganadería Veragua, mató, “Joselito de Málaga”, tal fue la emoción que un aficionado de apellido Quijano, murió de un infarto en su barrera de sol.

Antes que tuviéramos ganaderías que pudieran vender sus toros, se importaban los encierros completos, esto ocurrió entre 1924 y 1927.

La afición por la fiesta le costó a Ignacio Sanz, la friolera de la época de US $400.000.
Desde luego, la historia de los toros, la afición, los toreros y los ganaderos, no está circunscrita a Bogotá, hoy el país tiene 66 ganaderías cuidando páramos, agua fresca y medio ambiente, hoy la preminencia de la fiesta se trasladó a Manizales y probablemente Cali, Bogotá ha tenido contradictores extremos, que no confían en la razón sino en el grito, evitando el diálogo; no estar de acuerdo, no puede ser excusa para el insulto, porque solo agreden aquellos que no tienen la verdad, o sienten miedo, por eso el toro bravo nos da lecciones de dignidad en la plaza, no lo preocupa la muerte, a ellos solo les preocupa sin saberlo, que su raza no se extinga.

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