La balanza sin fiel

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Miguel Ángel Perera vuelve a conquistar Madrid en una tarde a la contra que concluye sin acero y con una oreja en el zurrón de un consentido Ureña.

Lo buscó mucho antes de verse en este paseíllo. Lo sabía antes de ver las lanzas que le apuntaban en la nuca mientras mecía las telas cual si aquello fuera la cosa más fácil del universo. Lo había macerado tanto Miguel Ángel Perera en su alma de contestatario que la balanza de la injusticia que sobrevolaba Las Ventas hoy se quedó sin fiel a base de puro temple.

Templado. Templado hasta el extremo había que estar para soportar sin afectarse el ambiente hostil de una plaza tan injusta ninguneándolo a él como cantando a Ureña las cosas más triviales. Bienvenido era el murciano; un estorbo le hacían saber al extremeño que suponía su presencia en el cartel. Aunque la suma de ambos, agarrón de por medio, tapase por completo el hormigón venteño. Injusta, muy injusta era la tarde para que le funcionase bien a la balanza el fiel. Por eso decidió Perera que era mejor prescindir de él.

Y el único fiel que existió entonces fue él. Fiel a su concepto, a su temple, a su sinceridad hasta dolorosa por momentos, a su idea de toreo, a su filosofía de vida, que le hace ser tan de verdad que a veces no resulta simpático en esta sociedad falsa donde nada es bello si no se tunea a través de Instagram. Y creyó en él y en el quinto, un castaño arremangado de carísima cara y basto corpachón que derramaba tanta clase como acusaba la entrega. Y medía la arena de puro emplearse. Y sufría las protestas de los custodios de la fe, que calculaban que no iban a soportar el espectáculo de ese toro con el torero que denigraban. Unos visionarios.

Porque cuando arrastraban al animal entre una atronadora ovación, nadie hubiera imaginado la generosidad de Miguel convertida en cite largo para aprovechar las inercias y apuntalar el fondo del Cuvillo, bravo como un tejón, aunque no pegase bocados. Bravo porque la seguía sin tener argumentos físicos para hacerlo con garantías. Bravo porque metía los riñones detrás de los pitones que Perera fijó a dos dedos del trapo. Bravo porque repitió en la distancia en un espectáculo hermoso que el extremeño templó con perfección de reloj suizo. Dos enganchones en la faena, dos. Dos naturales imperfectos en una faena de plaza en pie. Dos borrones en una obra divina que convertían en hombre al de la Puebla del Prior. No había secretos, sólo verdad. Aunque sólo Perera fuese capaz de verla cuando todos pitaban al toro.

Como le habían pitado a él mientras toreaba al tercero, un toro negro de Victoriano al que puso en ritmo en dos tandas y toreó a puro pulso durante cuatro series más. Se podrá torear más despacio que Perera a este tercero, pero no a un toro así ni en este planeta que llamamos Tierra.

De este planeta era Ureña cuando descoyuntaba la cintura hace años en busca de la Puerta Grande de Madrid. Ahora, que es la Puerta Grande y sus custodios los que lo buscan a él, parece más extraterrestre. Lo parece por intentar siempre el más difícil todavía; por ponerse en el sitio de la lumbre incluso cuando todo le dice que desista; por confiar en su verdad torera y en su forma de enseñar el pecho incluso mermado de facultades. Ureña es un extraterrestre de esos que llaman toreros, pero ahora, además, le sopla el viento a favor.

Así ocurrió en una faena al segundo donde le cantaron el inicio de estatuarios, trinchera y desdén como cante grande y sin embargo se olvidaron de la profundidad con la mano izquierda de las dos series de después. Así y todo, la oreja del botín hizo justicia poética a los méritos contraídos. Aunque no lo hubieras hecho después del trasteo al sexto. Porque era difícil expresarse en el hueco de resaca del acontecimiento Perera, pero tiró Paco de arrestos para no bajar el nivel. Aunque tocar pelo tras el arrimón sin sentido al abrigo de las tablas hubiera estado de más. Con la ovación bastó.

Como bastó con el espectáculo de dos toreros que no compitieron más que en dos quites uno contra otro, pero sí lo hicieron contra sí mismos y contra la balanza sin fiel. Porque no marcaba el centro el del ambiente de hoy y ese es el mérito de Perera para reconquistar Madrid. A ver quién discute ahora que el temple lo puede todo.

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Tercera de la Feria de Otoño. Corrida de toros. Lleno. 

Toros de Juan Pedro Domecq (1º y 4º), Núñez del Cuvillo (2º y 5º, de vuelta al ruedo) y Victoriano del Río (3º y 6º).

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