SAN FERMÍN: LA NUEVA GUARDIA

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Redacción: Marco A. Hierro – Cultoro.com – Web Aliada – Foto: Emilio Méndez

Una puerta grande generosa y otra enmendada reconocen el relevo generacional con una buena corrida de Victoriano del Río y un gran toro, el tercero, que optará a todos los premios

Pamplona – España. La nueva guardia llegó a Pamplona con la ilusión renovada de un niño que apunta a las nubes y el reencuentro con otro niño que ya no lo es tanto y que está cada vez más cerca de los galones que perdió. La nueva guardia llegó a Pamplona con el viejo rockero francés que no se baja del carro y logró que fueran sus nombres los que recordara el pagano al marcharse a continuar la fiesta. Pero la nueva guardia se fue también de Pamplona con dos puertas grandes ficticias que no reflejan lo vivido en el ruedo. Que fue bueno y fue ilusionante, pero no casa en nada con el premio recibido. Sin embargo, si eso sirve de acicate para que rompa del todo la nueva guardia lo daremos por bueno.

Y mereció salir en hombros Ginés Marín en su presentación pamplonica, pero marró con la espada la faena al bueno y resultó excesivo el doble premio con el exigente sexto al que el extremeño tuvo la virtud de convencer en todo. Y si algo debe tener este rito, en el que hombre y bestia ponen la vida en la lid, es justicia. Aunque luego no la tenga nunca. Porque lo justo hubiera sido que entrase el estoque después de que Ginés creciera hasta los medios en un saludo de parsimoniosa verónica a la cadencia del gran toro. Era ese tercero, feo, paletón, manialto y serio, un torrente de clase que se entregó en la muleta desde el inicio de rodillas en que le planeó los vuelos por abajo, le repitió con codicia y se le fue hasta el final en el cambio de mano que anunció el toreo. El aroma que quedaba era de obra grande.

Lo fue la mano baja que era diestra en orden y fondo con que comenzó a plantear Ginés hasta los enrazados finales que le dejaba el animal. Lo fue el temple que le nació a Marín de esa diestra para transformarla en siniestra en un cambio de mano de vértigo en las barrigas con que expresaba el chaval su hambre. Fue larguísima la caricia de vuelo natural que le tomaba el de Victoriano con ese empuje mantenido que atiende al gobierno del trapo pero sigue cuando no está. Fue bello el toreo de Ginés, que tal vez se desentendió de corazón y alma para que su juventud acelerase un tramo y le restara peso al poso. Y tal vez por eso se hincó de hinojos en el final para soplar naturales que redondearan el fin. Y llegó la espada, pero el acero no entró.

Sí lo hizo en el sexto para que el gesto de rabia del imberbe certificase su maldición del primer toro, que arrastraba desde la corrida de la Cultura. Y quizá por eso la oreja que le supo arrancar al de Cortés a base de buscarle el fondo a la exigencia se la transformó en dos un tendido ávido de que la poesía hiciese la justicia que no supo dar la realidad. Porque fue con ese sexto con el que salió el veterano Ginés con cuerpo de barbilampiño. Media distancia que nunca perdió, colocación casi perfecta, suavidad para ir alargando muletazos, quietud para irlos macerando y fe. Mucha fe tuvo Marín con ese toro de carne suelta, afilado morro y sien estrecha. Y la fe mueve las montañas de la nueva guardia. Y las puertas, por muy grandes que sean.

No lo fue tanto la que hoy atravesó un López Simón que, sin embargo, cada día deja algún detalle más de su franca recuperación. El de hoy fue el que coronó la seria actuación con el segundo, toro de correa y aspereza pero con fondo para obedecer al poder. Y ese poder lo sacó Alberto para reducirlo sin sudar, para darle temple a diestras, siempre por abajo, siempre convencido de que por allí se vuelve a mandar. En el toro y el la nueva guardia, porque la forma de tirarse a matar o morir y de llevarse el volteretón de la tarde grita muy alto que vuelve a tener libertad. Y Alberto es peligroso cuando se convence de que no tiene nada que perder, porque entonces sólo le queda ganar. Por eso vuelve a ser él, sin diablillos en las orejas disfrazados de bondad. Con el quinto anduvo. Lo sobó, lo lidió y tuvo fe para no aburrirse hasta sacarle una tanda. Eso y una estocada certera que lo tiró patas arriba dicen que no estuvo mal, pero de ahí a pasear otra oreja… Démosla por buena, dicho está, si ello sirve para recuperar al torero que está buscando.

En ello anda también Sebastián Castella, cuyo tremendo valor se sobrepuso al primero de corrida con la salvedad de que era más de nobleza. El galo, que no forma parte de la nueva guardia, pero litiga con ella en cuanto tiene ocasión, atesora calidad para pasear esa oreja que hoy certificó su regreso, pero también para reventar a un toro con mucho fondo de calidad al que dejó puntear demasiado, al que violentó tal vez en exceso y al que en momentos más serenos le hubiera reventado el buen son. Le pegó muletazos buenos -¡faltaría más!- porque sabe torear y lo que uno se juega, pero sabe Sebastián que él tiene más dimensión. Como sabe también que hubiera sido un accidente si llega a sonar el tercer aviso en el cuarto, al que descabelló sobre la bocina. Ese, el peor de la corrida con el hierro de Cortés, es mejor olvidarlo para no echar vistas atrás.

Porque la tarde era de Ginés y de la que ya es nueva guardia, con un López Simón que se coló en la foto finish para darle lustre a los que llegan. Para ponerle nombre y caras a los que quieren tomar el mando. Porque mañana no estará el peruano instalado en la cumbre, pero lo sustituye Ginés. Algo estará diciendo el futuro.

Ficha del Festejo

Plaza de toros de Pamplona. Octava de la feria del Toro. Corrida de toros. Lleno. Cuatro toros de Victoriano del Río y dos (cuarto y sexto) de Toros de Cortés, serios pero sin exceso de kilos. Noble y humillado el repetidor primero; áspero y con raza el temperamental segundo, con fondo; enclasado, repetidor y boyante el extraordinario tercero; Pasador de viaje corto y nula clase el cuarto; mansurrón y pasador el quinto; remiso pero con fondo el exigente y agradecido sexto. Sebastián Castella (celeste y oro): oreja y silencio tras dos avisos. Alberto López Simón (marino y oro): oreja y oreja. Ginés Marín (corinto y oro): vuelta y dos orejas.

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