Fernando Adrián cercena un triunfo con su roma espada. Manzanares se refrenda como el estoque de la era. Aguado, convidado de piedra. Bravo toro de Victoriano…
MADRID / 7ª SAN ISIDRO
Redacción: Jorge Arturo Díaz Reyes
Y en el día de la tauromaquia…, ciento cinco años después, tarde espléndida. Las Ventas a tope, “Gallito” sonando a todo timbal, minuto de silencio y después toros de tres hierros para una corrida que se debatió entre el olvido y el recuerdo.
Lo primero, si es que la suerte suprema es aún considerada suprema, las dos estocadas formidables de Manzanares. El más clásico matador de la época, sin discusión. El que en esta efeméride revivió el principio fundamental de que todo lo que se hace un toro desde que salta al ruedo tiene como único fin su muerte honorable y estética. A esto, todo le es accesorio.
Lidió el alicantino con su aristocrática y ascética displicencia sus dos mansos, uno del Puerto y otro de La Ventana. Sereno, ignorando enojos, voces y estribillos malquerientes. Pero cuando llegó la hora ejecutó la otra forma canónica, porque el toro la pidió, una estocada al encuentro, la que se ubica en el manual entre la de recibir y el volapié. Paradigmática, de frente, hasta la bola y an la cruz, rodando al primero sin puntilla. La ovación fue total y de pie. No era para menos.
La otra, la del cuarto, fue al más puro volapié, porque el toro la pedía como decía Costillares. Un puñetazo en la yema sacó al toro ya muerto de la muleta. Y otra vez la plaza por lo fundamental del rito en el día del rito. Qué bueno, y en estos tiempos prosaicos. Cuando ya se iba, capote al brazo, refrendaron la admiración y reconocimiento al homenaje con que había honrado la esencia de la conmemoración.
Fernando Adrián y el bravo “Frenoso” de Victoriano del Río (5°), protagonizaron otra versión. Emocionante lidia de convicción ultraderechista, en que se fundían la compostura y la bravura. La ligazón y el tranco. El temple y la humillación. Llegó a tanto de baja la muleta que en un tercer pase caminó el toro sobre ella dejándola y retomándola el torero. Nadie extrañó la mano de cobrar, o al menos nadie la exigió pues el jaleó no paró hasta el final de la vuelta al ruedo. ¿Ideología? Sin embargo, la espada desmintió el triunfo. Dos pinchazos, un aviso y dos descabellos, sin lo fundamental, la estocada. Con todo y eso se dio la vuelta y muy celebrada, por cierto. Pero qué toro.
El otro apunte para la memoria, Los dos pares de Marcos Prieto al segundo “Yegüero” de El Puerto de San Lorenzo, por uno y otro pitón, bien asomados, sin trampa ni cartón. Armó un jaleo y mientras todos comenzando por su matador, le pedían que saludara. El pensando más en la lidia solo atinó a levantar momentáneamente la montera. Cuando después del arrastre al quinto, iba tras de Adrián recogiendo prendas, le cayó un sombrero de la contrabarrera del dos. Corrió a entregárselo a su matador, pero el aficionado le gesticulaba y gritaba ¡Par él no, para él no, para ti!
El resto de lo que ocurrió puede ir muy bien al rincón del olvido que todos tenemos en el cerebro.
Lo primero, si es que la suerte suprema es aún considerada suprema, las dos estocadas formidables de Manzanares. El más clásico matador de la época, sin discusión. El que en esta efeméride revivió el principio fundamental de que todo lo que se hace un toro desde que salta al ruedo tiene como único fin su muerte honorable y estética. A esto, todo le es accesorio.
Lidió el alicantino con su aristocrática y ascética displicencia sus dos mansos, uno del Puerto y otro de La Ventana. Sereno, ignorando enojos, voces y estribillos malquerientes. Pero cuando llegó la hora ejecutó la otra forma canónica, porque el toro la pidió, una estocada al encuentro, la que se ubica en el manual entre la de recibir y el volapié. Paradigmática, de frente, hasta la bola y an la cruz, rodando al primero sin puntilla. La ovación fue total y de pie. No era para menos.
La otra, la del cuarto, fue al más puro volapié, porque el toro la pedía como decía Costillares. Un puñetazo en la yema sacó al toro ya muerto de la muleta. Y otra vez la plaza por lo fundamental del rito en el día del rito. Qué bueno, y en estos tiempos prosaicos. Cuando ya se iba, capote al brazo, refrendaron la admiración y reconocimiento al homenaje con que había honrado la esencia de la conmemoración.
Fernando Adrián y el bravo “Frenoso” de Victoriano del Río (5°), protagonizaron otra versión. Emocionante lidia de convicción ultraderechista, en que se fundían la compostura y la bravura. La ligazón y el tranco. El temple y la humillación. Llegó a tanto de baja la muleta que en un tercer pase caminó el toro sobre ella dejándola y retomándola el torero. Nadie extrañó la mano de cobrar, o al menos nadie la exigió pues el jaleó no paró hasta el final de la vuelta al ruedo. ¿Ideología? Sin embargo, la espada desmintió el triunfo. Dos pinchazos, un aviso y dos descabellos, sin lo fundamental, la estocada. Con todo y eso se dio la vuelta y muy celebrada, por cierto. Pero qué toro.
El otro apunte para la memoria, Los dos pares de Marcos Prieto al segundo “Yegüero” de El Puerto de San Lorenzo, por uno y otro pitón, bien asomados, sin trampa ni cartón. Armó un jaleo y mientras todos comenzando por su matador, le pedían que saludara. El pensando más en la lidia solo atinó a levantar momentáneamente la montera. Cuando después del arrastre al quinto, iba tras de Adrián recogiendo prendas, le cayó un sombrero de la contrabarrera del dos. Corrió a entregárselo a su matador, pero el aficionado le gesticulaba y gritaba ¡Par él no, para él no, para ti!
El resto de lo que ocurrió puede ir muy bien al rincón del olvido que todos tenemos en el cerebro.
FICHA DEL FESTEJO
Viernes 16 de mayo 2025. Madrid, Plaza de toros de Las Ventas. Sol. Lleno de “No hay billetes”. Seis toros de Puerto de San Lorenzo (1| y 2°), La Ventana del puerto (4° y 6°) y Victoriano del Río (3° y 5°). Disímiles. Ovacionado el bravo 5°
José María Manzanares, silencio y palmas.
Fernando Adrián, silencio y vuelta tras aviso.
Paco Aguado, silencio y silencio.
Incidencias: Se desmonteró Marcos Prieto tras parear el 2°.