Crónica de San Isidro: Morante Nos Pone en Hora

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El sevillano llegó para dejar el toreo a la altura que sólo llegan los elegidos y Juli colaboró con otras dos muestras de magisterio; Rufo, que se llevó el toro aparente, pagó los defectos de éste y no ganó sus virtudes.

Redacción: Marco Antonio Hierro – Cultoro.es – Foto: Luis Sánchez Olmedo

Madrid – España. En dos horas dejó Morante una tarde que hubiese resultado terriblemente tediosa con otro torero subiéndose al andamio para construir sin brillar. En una feria en la que los festejos se acercan más a las tres, aunque no haya mucho que llevarse a la boca, el sevillano vino a poner orden en su casa y en la de todos, porque a todos afectó lo que hizo esta tarde en Madrid. Sobre todo, a sus compañeros, pero con eso iremos más tarde.

Su decisión de salir directamente con la espada de matar a quitarse de en medio al deslucido abreplaza le ahorró a la plaza tiempo, paciencia y esperanza. El tendido –o la mayoría de él- había pagado por ver a Morante, pero José Antonio es insoportable haciendo el paripé. Por eso nos puso en hora despenando al primer Alcurrucén de una corrida con muchos matices que hubiera dicho mucho menos en manos menos avezadas.

Desde ese momento hasta que se quiso abrir de capote en el cuarto habían pasado muchas cosas, pero no tan importantes como cuando llegó el tercio de quites. Le había quitado Iturralde al bicho la manía de desentenderse de los trapos, y de ello se aprovechó un Julián que le arrastró por el suelo las chicuelinas de un quite que tiraba a dar. Pero el percal de Morante, con menos apresto pero más tersura, le sopló cuatro verónicas y media sólo al alcance de sí mismo. Lo demás quedó olvidado; quedaba lo de menos. O eso parecía, después del trajín que se había llevado el toro, pero aún le quedaban dos series a diestras en la zona del 6, con Morante descargando la figura en las caderas, sacando media muleta por delante de los muslos y viendo pasar despacito la embestida que, de repente, pareció hasta profunda. Pero tanto había exigido el de La Puebla para crear ese momento que no dio para más la poca raza del cuarto Alcurrucén. Y Morante los pinchó, porque no estaba la tarde para triunfalismos, sino para torear.

Lo mismo le debió suceder a un Juli que cuanto menos propicio parece el oponente, más se empeña en pegarle pases. Se lo hizo al docilón segundo, que no dijo nada a nadie hasta que Julián le dejó la muleta a una cuarta del suelo, donde el viento tiene menos testiculina que el torero, y tiró de ella como si es ese camino no hubiese más fin que el trapo. Allí, a uno por hora, se sentía el de Velilla más a gusto que otros con el gin tonic en el tendido. Y es ahí donde está el valor; donde sería más fácil irse, donde sería más recomendable no pisar, pero te quedas para dejar el último muñecazo. Por eso Julián es quien es. Y por eso aguanta a los conspicuos, a pesar de que hoy una mirada al tendido mentara sin palabra alguna a la madre de algún imbécil. Porque todo estaba en hora y era soportable.

Pero, además, el imbécil ya se había callado en el quinto, un toro, hondo, manialto, arremangado, muy parecido en tipo a aquel Cañego que desorejó Julio Aparicio con 17 muletazos hoy hacía 28 años. Aquel también puso en hora San Isidro, pero es que a este sólo Julián le había visto el fondo; y lo rascó con paciencia hasta que se le fue tras la muleta como si la codicia fuera cualidad suya. Faena a la altura sólo de Juli, que sólo entonces, con una espada de cartón piedra, dejó de estar en la hora de los que triunfan. Pero no de los que mandan.

En esa quiere estar Tomás Rufo, al que ha visto Madrid querer morirse antes que dar un paso atrás y salir volando antes que quitar un muslo, pero hoy no fue día ni de los uno ni de lo otro. Bien es cierto que era incómodo ese reponer con que finalizaba las embestidas el emotivo colorao que enlotó tercero; lo es también que tuvo tantos matices la embestida que tal vez le faltó bagaje para terminar de cuajarla, pero hasta el mejor escribano echa un borrón. Lo malo es que te pierdan el respeto los custodios de la fe, porque eso te pondrá siempre Madrid cuesta arriba. Y aunque no haya sido su mejor tarde, y aunque le sonase un aviso que sacaba de hora y de punto su segunda comparecencia de la feria, no se merece Tomás ni la trayectoria que lleva marcharse de esta plaza con ese sabor de boca.

Porque todavía no es Morante y El Juli, que aguantan lo que les digan y lo ponen del revés. Y vienen a poner en hora una feria que hoy pudo cambiar sólo con cinco minutos de Morante. Y esos, afortunadamente, no se los llevó la espada.

Ficha del Festejo:

Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, Octava de abono. Corrida de Toros. No hay billetes. Seis toros de Alcurrucén en los distintos tipos de la casa, pero todos muy en Núñez. Desclasado y a la defensiva el deslucido primero; noble y humillador el limitado segundo; codicioso, emotivo y repetidor el reponedor tercero, aplaudido en el arrastre; humillado y profundo mientras le duró el fuelle el cuarto; desclasado pero con fondo el quinto, que rompió; noble y docilón pero anodino el sexto. Morante de la Puebla (celeste y oro): silencio y ovación. Julián López “El Juli” (botella y oro): ovación y ovación tras aviso. Tomás Rufo (Gris plomo y oro): silencio tras aviso y silencio. Incidencias: Saludó Fernando Sánchez tras banderillear al sexto.

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