Diego Ventura hace historia y corta un rabo en Madrid

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Redacción: Prensa DV

“Qué animal”, se decían sorprendidos varios aficionados mientras se miraban, incluso alguno, con las manos en la cabeza después de ver a Diego Ventura quebrar en lo imposible con Lío al sexto de la tarde. O “¿Y qué vamos a contar ahora?”, comentaban entre ellos varios periodistas de diferentes medios en el palco de prensa de Las Ventas mientras le veían ante ese mismo toro, muleta en mano, toreando a pie y cobrando un descabello de ejecución épica y hermosa a un tiempo. Dos expresiones que lo dicen todo. Dos entre miles mientras miles de personas se convertían en uno y en un único sentir: “Torero, torero”… La locura en su grado sumo. La felicidad derramada a borbotones. La pasión arrebatándolo todo. Así era el clima al final de una tarde que forma parte ya de los anales de la historia del toreo en general y del rejoneo en particular. La tarde en que, 46 años después, se cortaba otro rabo en Madrid. Diego Ventura tomando el relevo del gran maestro Palomo Linares. La tarde en la que el Genio se convertía en el primer rejoneador de la historia en cortar un rabo en la primera plaza del mundo. Dos datos que definen un hito. Aunque lo que nadie que hoy estuviera en Las Ventas olvidará ya nunca es lo sentido, lo vivido, cuánto se le ha estremecido el corazón de aficionado.

La tarde cogió carrera enseguida. Ayudó mucho que ya en su primer turno, Ventura desorejara a su primer gran toro de Los Espartales y se asegurara otra puerta grande en Madrid. La dieciséis, aunque hoy nadie se detenga en el número, sino en el alma. Ese triunfo, esa primera faena tan perfecta desató todo lo que vino después. Y desató al Genio, sabedor de que era su día, su momento, su gran acontecimiento. Y como impaciente, se fue a la búsqueda de Biemplantao-37, como si supiera que era él el complice que el destino le tenía reservado para el momento más grande de su vida. Con Lambrusco, garrocha en mano y a portagayola. Y allí lo recibió. Y el toro le siguió como sin querer, más por la insistencia y el llegarle tanto de Ventura. Como aquel día de Murcia el día del indulto a Perdido, otro toro de Los Espartales, quiso Diego escribir con Fino otra de sus grandes obras. Y puso Las Ventas en pie en dos banderillas al quiebro ejecutadas al filo mismo de lo imposible. Por tan ajustadas, por tan entre los pitones, por esa forma tan espectacular de citar muy en largo, llegar galopando, frenarse y clavarse a dos metros del toro, provocar el embroque con el mismo quiebro y clavar sin moverse, recortando Fino con su silueta la pasada del astado. Brutal. Como también la manera de torear tan despacio con Bronce, con esa suficiencia, con esa categoría, con esa asombrosa facilidad de quien se sabe dueño del toreo y cada uno de sus resquicios. Uno de ellos es saber leer cada momento y multiplicar por infinito su valor. Y eso hizo el rejoneador de La Puebla del Río al sacar justo en ese instante a Dólar. Primero, para hacer algo extraordinario: clavar una banderilla corta después de citar muy en corto, pararse, esperar la arrancada del cuatreño, torearla toda en el cuarto y clavar casi sin moverse también del sitio. Otra vez brutal. Y más aún cuando llegó después ese summum de la doma que es el par a dos manos sin cabezada tal y como él lo realiza. No era fácil el toro para ello y no se prestó en los dos primeros intentos, lo que sí vino bien para poner más de manifiesto aún el nivel tan alto de doma que Diego alcanza con Dólar. Su torear sobre las piernas, su capacidad para reaccionar así, sobre las piernas, en función del comportamiento del toro. Entonces llegó el par y Madrid prendió en llamas. Faltaba el corolario, que, por supuesto, llegó con un soberbio rejonazo con Remate. Había concedido ya el palco las dos orejas cuando las mulillas empezaban a arrastrar al toro. Pero la gente seguía pidiendo con el alma el rabo. Y Diego no le quitaba la mirada al palco mientras la petición crecía y crecía. Hubiera sido una temeridad no atender semejante clamor. Así que se hizo la lógica y la justicia, el presidente concedió el rabo -el primero de un rejoneador en Madrid en la historia- y Ventura saltó de felicidad y de emoción mientras se abrazaba, antes que a nadie, a su padre, quien siempre estuvo en el camino incluso cuando el camino parecía que se acababa. Y, por supuesto, con cada uno de sus hombres, de su gente, de los que siempre están. Qué belleza de vuelta al ruedo, cuánta plenitud en su rostro, cuánta felicidad en la felicidad de la gente, de miles de personas. Diego Ventura acababa de hacer Historia. Así, con mayúsculas.

Su faena al segundo toro, Marqués I-52, fue sencillamente perfecta. Impecable. Inmaculada. Una exhibición. Un derroche de capacidad, maestría y genialidad. Esa vuelta completa con Nazarí al ruedo de Las Ventas… La perfección hecha toreo a caballo. Milimétrica, exacta, insuperable (o no, ya verán…), única. El toro había salido suelto de salida, distraído, a lo suyo. Ni siquiera se metió en la pelea a pesar de cuánto le llegó con la grupa de Guadalquivir a la cara para encenderlo, completamente metido entre los pitones. Pero el de Los Espartales seguía reconociendo con su mirada perdida cada rincón de la plaza. Hasta que salió Nazarí, que se fue a buscarlo, para decirle “ven” y ya no soltarle más. Qué forma tan perfecta de torear de costado, con el toro metido de lleno en su mando, sin rozarle, galopando al compás que imponían los corazones de Diego y de Nazarí. Qué pulso. Qué tacto. Qué sinfonía de belleza… La vuelta entera a la plaza, rendida, entusiasmada, emocionada, y la banderilla clavada sin solución de continuidad, quedándose en la suerte, citando muy en corto, casi sin citar de lo cerca que se quedó de los pitones, haciendo suya toda la embestida en un cuarteo de pura caricia y clavando con el astado metido debajo suya. Qué locura en Madrid. Qué forma más bonita de ponerse en pie al unísono miles de personas. Cuánta pasión. Qué explosión de felicidad en la gente por culpa del toreo.

No terminó ahí el tercio de banderillas cumbre de Ventura con Nazarí. Siguió a continuación toreando sin parar, tan en la cara, tan despacio, tan templado, tan puro, tan de verdad. Le dio más aire al cite en los dos rehiletes posteriores, luciendo su preparación, caldeando el entusiasmo de Madrid para consumar luego tan despacio, tan exacto, tan bonito otra vez… Nobleza y clase en el toro de Los Espartales, que, tras semejante ejercicio de dominio de Nazarí, claudicó un tanto, se paró como exhausto, aunque sin perder nunca su clase, sus excelentes maneras. Y claro, Diego Ventura hizo oro de ello con Importante, que, como su padre antes, lo hizo todo también sin mácula alguna, exacto, hermoso. También las piruetas de salida de cada banderilla, con las que arriesgó el jinete de La Puebla porque el burel ya esperaba más. Qué despacio hizo luego el carrusel de cortas en los medios con Remate. Qué ligado, Qué sin prisas, pero en su justo tiempo… No podía errar Ventura tamaña obra y el rejón de muerte fue impecable también. Rotundo y definitivo, por lo que Madrid le entregó, otra vez y van diecieséis veces, las llaves de su Puerta Grande y de su misma alma.

Quedaba la rúbrica, el tercer toro. Fue aparecer Diego en el ruedo con Guadalquivir y romper Las Ventas en una atronadora ovación. La conmoción de lo vivido hasta entonces aún duraba. Y la volvió a multiplicar el torero al hacer de nuevo otra de esas cosas que nunca se ven en un ruedo si no es a manos de la genialidad del Genio. Se apostó en los medios de la plaza con el rejón de castigo, a portagayola, esperó la salida de Cantino-26, se lo dejó venir y así, sin más, hizo la suerte. Otra vez, por enésima vez, en esta tarde de locura, Las Ventas puesta en pie… Fue la declaración de intenciones de otra faena soberbia, de un nivel sideral. Porque el tercio de banderillas empezó con Nazarí, de nuevo sublime, toreando tremendamente despacio en todos los terrenos y de todas las maneras posibles. Y luego con Lío, con el que ejecutó dos banderillas al quiebro que superan todo lo imaginable. A esas alturas, la tarde ya se había roto la camisa. Cada momento superaba al anterior. El público ya no se sentaba en su asiento. En la constatación de lo grande que era lo que se estaba viviendo no cabía duda alguna. Hasta el pinchazo previo al rejón culminante con Remate le puso épica al final de la corrida. Porque obligó a Ventura a echar pie a tierra para descabellar, lo que aprovechó el Genio para, en Madrid, en Las Ventas, arrancar un puñado de oles toreando a pie. Y para más inri, el descabello perfecto con el toro cayendo a plomo. Se pidió incluso con fuerza la segunda oreja. A esas alturas, daba lo mismo ya el resultado. Por encima de todo, estaba la emoción, la pasión, la locura, la felicidad. Todo lo que se dibujaba en el rostro pleno de Diego Ventura mientras vivía su Puerta Grande más grande en Madrid. La puerta de la historia que sigue haciendo suya. Porque, no lo duden, asistimos a la existencia de un Genio en nuestro tiempo.

Madrid

Dos orejas, dos orejas y rabo y oreja
Los Espartales

 

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