Por qué pretender que se prohíban los toros es una señal de incultura, además de intolerancia
Una Iniciativa Legislativa Popular fue registrada el lunes en el Congreso bajo el nombre ‘No es mi cultura’ con más de 700.000 firmas para que la tauromaquia deje de ser patrimonio cultural
Prohibir por ideología
Para que sea aceptada la petición se necesitan 500.000 firmas, pero han conseguido más de 700.000. 700.000 personas que están en contra de los toros. Seguro que se encuentran 700.000 firmas de personas (y más) para, por ejemplo, prohibir la moda de no llevar calcetines en invierno. Es relativamente fácil encontrar 700.000 personas para algo, y más aún cuando media la ideología, que va mucho más allá del objeto en cuestión, que incluso es lo de menos.
Podría decirse que estas 700.000 firmas y esta iniciativa van mucho más allá de la tauromaquia como patrimonio cultural. De lo que va, mayormente, es de prohibir, una característica esencial de los intolerantes disfrazados de tolerantes: algo así como los antifascistas, de los que casi se podría decir que son los únicos fascistas organizados que existen en la sociedad actual. Curiosas contradicciones del afán de prohibir como excusa de intereses supuestamente humanos (cuando son animalistas) loables que por detrás de su carta de presentación (en este caso una ILP), poco de loable atesora.
«No es mi cultura»
Otra curiosidad poco graciosa es que quienes tienen que decidir esta petición aceptada en la Cámara Baja, son sus ínclitas señorías, en buena medida ignorantes de esta y otras muchas cuestiones, no así hambrientos de ideología, su razón de ser en un porcentaje demasiado alto.No muy indicados «jueces» para una cuestión que exige sentido y sensibilidad, en realidad como todas las cosas.
Muchas de las caras visibles ayer en el Congreso durante la presentación de las firmas confesaron ser odiadores: «Aquí hay mucho odio», dijo una de la protagonistas, quienes admitieron que lo que querían era gritar «la tortura no es cultura», pero que decidieron sustituirlo por el «moderado» lema elegido por los canceladores, apoyados por el Sumar de Urtasun y el Podemos de Belarra: «No es mi cultura».
Falsedades y medias verdades
Pero resulta que sí lo es, aunque no les guste, que no es que, mayormente, no les guste, sino que lo que les gusta es prohibir lo que no les gusta. No les basta con no acudir a las plazas, como todo aquel que no le gusta algo no acude a ello: solo les basta prohibir. La tauromaquia es cultura, al contrario que prohibir. Prohibir no es cultura. La tauromaquia puede no ser la cultura personal de alguien o de muchos, pero esa no es razón para prohibir, pues esta sería la razón para prohibir todo lo que a cualquiera o a muchos no les guste. Imagínese el disparate: ILPs para todo.
Los datos aportados por esta iniciativa, los mismos que con frecuencia ha difundido Urtasun y su Ministerio de Cultura, son, además, datos parciales, que no se corresponden con la realidad. Esto sí que es un dato, pero no para prohibir la tauromaquia, sino para rechazar una iniciativa popular basada en falsedades y medias verdades. Admiten los prohibicionistas que nada saldrá adelante sin el apoyo del PSOE, teniendo en cuenta el seguro rechazo de PP y Vox y el sí a la moción de probablemente todo el resto de diputados nacionalistas e independentistas. Pedro Sánchez dijo que no tenía prevista la prohibición, pero la palabra del presidente ya se sabe lo que es.
20.000 aficionados diarios en San Isidro
Los toros no son la cultura de estos 700.000 firmantes, pero sí lo son de algunos, muchos, muchísimos más, que unos cientos de miles de firmantes de una subjetividad. Más de 20.000 aficionados diarios (casi lleno cada tarde, esto es objetividad) durante la pasada Feria de San Isidro, para más de medio millón de asistentes en solo un mes suman otro dato categórico frente a los que quieren prohibir por encima de todo, incluso de sus propios derechos, los de los prohibicionistas, la viva imagen de la intolerancia entre los mimbres de la democracia.
Los toros son cultura porque lo dijo Valle-Inclán: «Una corrida de toros es algo muy hermoso». Lorca los llamó «la fiesta más culta que existe hoy en el mundo», la fiesta a la que el poeta también llamó «la riqueza poética y vital mayor de España». Valle-Inclán y Lorca son alguien en la cultura de España. Pero hasta para no estar de acuerdo (no para prohibirlo) son cultura: «No falta razón, que esta fiesta bruta sólo ha quedado en España, y no hay nación que una cosa tan bárbara e inhumana si no es España consienta», escribió Lope de Vega en el XVII.
La moralidad y la crueldad
Wenceslao Fernández Flórez definió la riqueza de la tauromaquia con honda precisión: «¡Extraño mundo éste del toreo! Como la muerte lo preside, a veces horripila y a veces emana de él una aleccionadora trascendencia. Nunca se podrá encontrar en el fútbol un tema de honda meditación. En el toreo, sí».
Respecto a la crueldad y la moralidad se refirió Hemingway, apartándolas como argumentos. «Es moral lo que hace que uno se sienta bien, inmoral lo que hace que uno se sienta mal. Juzgadas según estos criterios morales que no trato de defender, las corridas de toros son muy morales para mí».
Unamuno siempre defendió la valentía de los toreros y nunca les atribuyó crueldad alguna, como tampoco a los espectadores, de los que él siempre formó parte habitual, y eso que también siempre reconoció que no le gustaban los toros. Ortega dijo aquello de «La historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera, resultará imposible comprender la segunda».
«Hasta el rabo, todo es toro»
Es más que posible que sea esta una de las motivaciones de los prohibicionistas negadores del innegable carácter cultural de los toros: borrar la historia, tergiversarla, revisionarla, dirigirla a sus propios intereses políticos e ideológicos, en línea con sus promotores políticos: Sumar y Podemos. Larra escribía contra los toros: «Los madrileños se acercan al circo a ver un animal tan bueno como hostigado, que lidia con dos docenas de fieras disfrazadas de hombres», pero no pedía prohibirlos, escribía sobre ellos, hacía cultura de la cultura.
Como dice la frase popular, incluso más allá de su significado más concreto: «Hasta el rabo, todo es toro». Hay quienes dicen que los toros no son su cultura y por esta relativa razón buscan su prohibición, a lo que les responde expresamente como si fuera hoy, para zanjar el motivo, para retratarles, Ramón Pérez de Ayala: «Si yo fuese dictador en España, prohibiría las corridas de toros; como no lo soy, no me pierdo ni una».