La entrega a chorros

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Ellos se ponen porque es la forma en la que han aprendido a vivir. Se ponen porque es en el filo donde se sienten completos, porque no comprenden la vida sin exponerla en un rito sacrificial.

La respuesta es no. Ninguno de los profesionales que arriesga su vida cada tarde delante de un toro piensa que lo está haciendo con esa crudeza. Si lo pensasen, muchas tardes no lo harían. Pero ellos sí. Ellos se ponen porque es la forma en la que han aprendido a vivir. Se ponen porque es en el filo donde se sienten completos, porque no comprenden la vida sin exponerla en un rito sacrificial del que pueden no salir con bien. Y para ello han sufrido, han sacrificado los mejores años de su vida, han entregado su plenitud personal y su juventud en pos de unos valores que suenan anacrónicos en el siglo XXI de las drogas de diseño, que fulmina al semejante que no piensa igual, pero otorga humanidad a la mascota que ha elegido para limpiar su conciencia marrón. Qué pena.

Qué pena que cuando un tío defienda su derecho a verter su sangre como lo crea oportuno haya otro que vomite con las tripas el odio que siente hacia lo que no está en su entorno feliz. Qué pena que mientras un hombre derrame su libertad a chorros por la arena de un ruedo haya otro que, por no comprenderlo, le desee el más cruel de los infiernos. Qué pena que el amante del perrito -con el que tendrá que jugarse el pan de aquí a unas décadas- no comprenda el valor, la superación, la búsqueda del equilibrio, la carrera por la gloria, la felicidad de expresar lo que puede que jamás construyan tus palabras. La plenitud de sentirse libre, que es lo que no serán -seremos- el común de los mortales.

Ha sido una temporada en la que la verdad hecha estadística la mostramos a continuación tras un fatídico fin de semana con las cornadas a Gonzalo Caballero, Mariano de la Viña y Miguel Ángel Perera. Esperemos no olvidarnos de ningún herido, comenzando por un Pepe Moral que en Valdemorillo vivió la parte amarga de este espectáculo allá por febrero. También en ese mes Emilio de Justo vio mermada su temporada, comenzando por su lesión de escafoides y siguiendo por la grave cogida de Cáceres el 2 de junio. Toñete también cayó herido de gravedad en aquellos días en Olivenza. No nos olvidamos del dramatismo de Ponce en Valencia o del año en dique seco de Fortes. 

El 30 de abril, la matadora mexicana Hilda Tenorio sufrió una grave cornada en la boca en Puebla, uno de los percances más ocultos pero más reales de todo el año. Qué poco se ha hablado de aquello… Se habló más de la gravedad de Román en San Isidro, que fue otro punto negro del 2019 hasta que Valencia por julio decidió resucitarlo; la fuerte cornada a Ritter tres días después en el mismo escenario; Pablo Aguado y su dique seco en junio tras la cornada en la corrida de la Prensa.

Roca Rey y su cogida en Madrid partieron la temporada en Pamplona, porque el don de gentes y de masas que había conseguido se vio coartado por ese percance, aunque en pocos días volverá a resurgir en Lima. A pesar de que no fuese en la plaza, no nos olvidamos del ictus sufrido por el maestro Campuzano. 

Gonzalo Caballero también en el mes de mayo resultó corneado, algo que premió Madrid con una ovación tras el paseíllo el pasado sábado antes de una nueva y gravísima cornada.  La cornada de Juan Leal en el recto de 25 centímetros con orificio de salida en Madrid fue gorda, al igual que la de Manuel Escribano cinco días después. Rafaelillo en Pamplona escribió otro capítulo negro en el 2019.

La rotura fibrilar de Fandi, la espeluznante cornada de Ureña en Palencia que marró la mitad de sus compromisos de septiembre, la fractura de vértebras de David de Miranda, la de David Galván en tierras riojanas, la gravísima cornada de Joaquín Galdós en Bayona, la cogida de Andrés Romero en El Puerto, el cornadón de Arturo Macías en Madrid junto al de Javier Cortés, las heridas de Juan de Castilla en Villaviciosa de Odón… marcaron el final del verano.

Si hablamos de novilleros, en Valencia por marzo Diego San Román aguantó toreando con una cornada que le atravesaba el gemelo en dos; Marcos en La Maestranza pagó su entrega con sangre; Tomás Rufo en Bayona, más de lo mismo; Alfonso Ortiz tuvo que cortar temporada tras una lesión en un festival; Calerito también pagó con sangre su toreo en el San Miguel sevillano y Francisco Montero ganó el Zapato de Oro de Arnedo… pero pasando por la aduana de la enfermería. Y una cornada sin sangre pero de las que duelen: la repentina retirada de Borja Collado. 

En las filas de plata, Mariano de la Viña ha copado titulares por la gravedad de la situación, pero el cornadón de 35 centímetros de Pirri en la Beneficencia madrileña también asustó a la afición. El subalterno Gómez Pascual en Valencia y Huesca pagó del mismo modo su entrega, al igual que el banderillero Reyes Mendoza, herido en el mes de abril en Madrid con desprendimiento del globo ocular, fractura de la órbita ocular, daño en el músculo del tabique nasal y parálisis del nervio de la cara. La grave cornada de Javier Valdeoro en Badajoz o las heridas de José Antonio Prestel en Mont de Marsan y Lipi en Colmenar fueron también noticia.

Toreros, novilleros, subalternos y rejoneadores han vivido un sangriento 2019, un año en el que se ha puesto de manifiesto la verdad de este rito, de esta religión en la que sin sangre no hay gloria. Tarde o temprano, por suerte o por desgracia, es así.

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