Madrid es de Ureña

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El murciano con tres lidias distintas, corta la única oreja del mano a mano y es ovacionado tras la última. Una faenón de Perera con un gran toro de Cuvillo, descubierto por él mismo, termina cercenado por la espada. 

Al conjuro del mano a mano se llenó la plaza. Sol y expectativa. Ovación inicial, que respondió Ureña en el tercio, invitando a su alternante, quien quizá percibiendo algunos desafectos que se fueron descarando durante la corrida, declinó compartirla, quedándose discretamente tras el burladero montera en mano.

Los hechos confirmaron esa trama y giraron alrededor de ella. Los insidiosos aplaudieron todo lo del uno, casi siempre con razón, y rechazaron todo lo del otro, casi siempre sin razón. Pero al final de una tarde sin viento, que resulto de siete toros con cuatro hierros distintos, estos pusieron las cosas en su sitio.

El desenlace ocurrió en el quinto, “Portugués” un colorado de Cuvillo, número 200, el más liviano con sus 525 kilos. Salió en rara marcha, blandeando, pero sin caer del todo. Era para Perera, y claro, los inhóspitos prendieron la protesta que ascendió a escándalo cuando Francisco Doblado midió el castigo en la primera vara y simuló la segunda. En banderillas trastabilló de nuevo y para qué fue eso. Don Rafael Ruiz de Medina Quevedo se sostuvo en su entender y autoridad.

Y el extremeño, sereno, como si la cosa ni fuera con él, se puso de medio a medio, veinte metros con el compás abierto, el trapo por delante. Y el toro pronto y codicioso galopó, echó el morro abajo y pasó más allá, regresando como un avión en cuatro derechas redondas, el cambio de mano y el de pecho. Así, cuatro series más por ese lado. Parecía mentira. Cómo le gusta a esta plaza ver atacar los toros de largo.

Y entonces el escándalo devolucionista se tornó en rugidos de gozo. Los sin partido cambiaron de bando. Por la izquierda, también distancia, rima y temple honrando la brava nobleza del rechazado. Tres tandas más de alta calidad. La última de siete naturales molinete, natural, farol y pecho ligados. Lo del hombre siempre ha sido la quietud. Todo en los medios. Todos, encantados como si el tiempo no contase, oyeron sonar el primer aviso como una premonición cuando  también de lejos las cuatro bernadinas, los cuatro naturales y el forzado igualaron en el platillo. Las Ventas enmudeció, y cuando la espada dio en hueso el encanto se deshizo y un metisaca bajo rompió los corazones.

Tras agonía lenta, el arrastre marchó bajo una ovación de lujo y al torero que había descubierto el gran toro y lo había enaltecido cuando muchos querían condenarlo a morir vergonzosamente en los corrales, le sacaron a dar la vuelta al ruedo. Había demostrado el teorema elemental de que la mejor manera de calificar las aptitudes de un toro, salvo que sea manifiestamente inválido, es la lidia completa, los tres tercios.

Con el primero de Juan Pedro justito de todo y soso, había estado más que bien. Con poso y limpieza solo empañada por un par de toques a la muleta en los remates de tanda. Y la estocada levemente descentrada pero eficaz no logró romper el silencio. Igual con el blando tercero, de Victoriano al que saludó garboso con verónicas rodilla en tierra y en el que hubo intercambio de quites y una espada en alto.   

Madrid es de Paco Ureña, eso fue lo único unánime de la tarde, y con razón. El murciano justificó el afecto. No se valió de él para triunfar en la tarde. Lidio con su verdad, seriedad y pureza el bravo segundo (Cuvillo) que había hecho aplaudir al picador Juan Francisco Peña, y abrillantado el quite de Perera, tafallera, doble tapatía, fregolina y brionesa. Por diestra y por siniestra, sin mácula, tanda tras tanda y dos de ellas, una de cinco naturales y el obligado, y otra de cuatro derechas, cambio de mano, natural y pecho quedan en la historia de la corrida. Como quedó también la estocada de la tarde. La oreja fue gran valor.

Tramitó a unipases al jabonero cuarto, que un tris áspero y desrazado no consideró digno de ligazón. Le puso el acero deprendido y de efecto diferido sin reconocimientos. El sexto se lo devolvieron como por satisfacer a los que no lo habían logrado con el gran quinto, pero que también pagan, pensaría el señor presidente.

Y salió el primer reserva manso y malgeniado, que se rajó cinco veces hasta que se entableró del todo. Allá fue Paco y le dio la pelea y todas las ventajas. Jugándosela sin cartón y largamente ante cada oleada incierta. Se negaba a igualar y recibiendo lo estoqueó aunque con lenta muerte. Saludó una ovación que bien hubiese merecido mayor premio.  

El variopinto encierro de Juan Pedro Domecq,Núñez del CuvilloVictoriano del Río y José Vasquez, con 536 kilos promedio, de tan variada presencia como juego estuvieron en trapío y raza bajo lo acostumbrado en el toro de Madrid. Pero bueno, eso fue lo que salió.

FICHA DEL FESTEJO

Madrid. Plaza de Las Ventas. Domingo 29 de septiembre 2019. 3ª de la Feria de Otoño. Lleno. Sol y final nocturno. Siete toros, 1º y 4º de Juan Pedro Domecq, 2º y 5º de Núñez del Cuvillo, 3º y 6º (devuelto) de Victoriano del Río y 6º bis de José Vásquez, en conjunto bien y diversamente presentados y de juego distinto, gran ovación al 5º, Portugués Nº 200 en el arrastre Miguel Ángel Perera, silencio, silencio y vuelta al ruedo tras aviso.Paco Ureña, oreja, silencio y saludo tras aviso.
Incidencias: Saludaron Javier Ambel y Jesús Arruga tras parear al 3º.

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