Rafael de Paula, el torero de la lentitud y el duende, ha muerto a los 85 años en Jerez de la Frontera. Su adiós marca el fin de una era donde el arte pesaba más que la estadística.
Redacción: Javier Baquero – Jaba
En el Día de los Difuntos, 2 de noviembre de 2025, el toreo perdió a uno de sus últimos alquimistas: Rafael Soto Moreno, universalmente conocido como Rafael de Paula. Nacido en Jerez de la Frontera el 12 de febrero de 1940, falleció a los 85 años, en la misma tierra que lo vio nacer, sufrir y elevarse como mito, dejando tras de sí una estela de arte, controversia y leyenda.
Su muerte no es solo la de un hombre, sino la de una forma de entender el toreo como arte puro, como expresión del alma, como liturgia íntima entre el miedo y la belleza. Rafael de Paula no toreaba para las estadísticas, ni para los aplausos fáciles. Toreaba para los elegidos, para los que sabían esperar el milagro.
El torero que toreaba con el alma
De Paula fue un torero de silencios, de pausas, de lentitud casi mística. Su muleta no obedecía al reloj, sino al duende. Cada pase era una plegaria, cada faena una confesión. En una época donde la velocidad y la técnica dominaban los ruedos, él se atrevió a ser distinto. A veces sublime, a veces ausente, pero siempre auténtico.
Tomó la alternativa en 1960 en la plaza de Ronda, de manos de Julio Aparicio y con Antonio Ordóñez como testigo. Aquella ceremonia fue más que un rito taurino: fue la consagración de un estilo que desafiaba las convenciones. Su carrera estuvo marcada por altibajos, por tardes gloriosas y otras de desencanto, pero nunca dejó de ser fiel a sí mismo.
Reconocimientos y controversias
En 2002, el Ministerio de Cultura le concedió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, reconociendo que su toreo era más que técnica: era arte. Fue también un personaje polémico, de declaraciones incendiarias, de gestos impredecibles. Pero esa misma intensidad lo convirtió en leyenda.
El Ayuntamiento de Jerez decretó luto oficial. La alcaldesa María José García-Pelayo expresó: “El cielo abre su Puerta Grande para recibir a un jerezano de leyenda”. En la capilla ardiente instalada en el Teatro Villamarta, se congregaron aficionados, artistas, periodistas y viejos compañeros de profesión. No era solo un adiós: era un homenaje a la autenticidad.
Un legado que no se mide en trofeos
Rafael de Paula no dejó grandes cifras, ni coleccionó orejas como otros. Su legado se mide en emociones, en lágrimas derramadas por quienes lo vieron torear despacio, como si el tiempo se detuviera. Se convirtió en referente de una tauromaquia que no busca el aplauso fácil, sino la conmoción profunda.
Su influencia se extiende más allá del ruedo. Poetas, pintores y cineastas lo han citado como fuente de inspiración. Su figura, enjuta y solemne, su andar pausado, su mirada profunda, eran parte de un personaje que parecía salido de una novela de García Lorca.
El último adiós
Murió en su casa, rodeado de los suyos, sin estridencias. Como los viejos toreros que regresan al origen. Su entierro fue íntimo, pero cargado de simbolismo. En el cementerio de Jerez, junto a otros grandes de la ciudad, descansa ahora el hombre que convirtió el toreo en poesía.
Hoy, la tauromaquia se queda más sola. Pero también más consciente de su herencia. Porque mientras haya quien recuerde a Rafael de Paula, el arte seguirá vivo. No en las estadísticas, sino en los corazones que aún tiemblan al recordar un pase lento, una mirada profunda, un silencio que lo decía todo.

























