Antonio Lizarazo Rondón, primer torero de alternativa en España nacido en Norte de Santander, ha partido a la eternidad dejando un legado que va más allá de las plazas. Su vida, marcada por el coraje, el sacrificio y la devoción taurina, abrió puertas a generaciones de matadores colombianos. Desde Bochalema hasta las Ventas, su nombre se forjó con sangre, arte y dignidad en la historia universal del toreo.
Redacción: Juan Pablo Garzón Vásquez- www.enelcallejon.co/ – Web Aliada
Lenguazaque – Colombia. Antonio Lizarazo Rondón, el torero de las dos patrias, se despide del mundo terrenal para ocupar el sitio reservado a los grandes en la eternidad taurina.
Nacido en el municipio de Bochalema (Norte de Santander) el 28 de enero de 1930, Antonio Lizarazo Rondón, conocido en los ruedos como «El Ciclón Colombiano», no solo fue un hombre con valor en los terrenos del toro, sino también un pionero, un soñador imbatible y un símbolo de superación para toda la tauromaquia colombiana.
Fue el primer matador de alternativa nacido en Norte de Santander que recibió el doctorado taurino en tierras españolas, hazaña monumental en una época en la que los caminos entre Colombia y España no estaban pavimentados ni por el dinero ni por los contactos, sino por la fe, el hambre de gloria y el aguante ante las adversidades.
UN COMIENZO MARCADO POR LA POBREZA Y LA FE
Antonio nació en la humildad. Tras la muerte de su padre, su madre lo llevó a Cúcuta, donde crecieron las carencias, pero también la determinación. Fue en un pueblo de la provincia de García Rovira, llamado Enciso, donde a los cinco años presenció una representación taurina que marcó su destino. Desde entonces, supo que su camino era uno: ser torero o morir en el intento.
Con apenas 18 años, Lizarazo le pidió a la Virgen de las Angustias que lo ayudara a irse a España para cumplir su sueño, mientras su madre rogaba lo contrario. Pero la semilla del arte taurino ya estaba sembrada, y el temple que caracteriza a los hombres de Bochalema fue más fuerte que la adversidad.
DE NOVILLERO DE FRONTERA A TORERO DE ESPAÑA
Su debut como novillero fue en Capacho (Venezuela) en 1950, junto al recordado Curro Lara, otro nombre grande del toreo nortesantandereano. Luego, en 1951, tras vender un carro que usaba como transporte público, se embarcó desde La Guaira hacia España, llevando consigo apenas 600 bolívares, una maleta de sueños y una voluntad de acero.
Llegó a Jaén recomendado por Pepe Luis Álvarez Pelayo, y poco a poco fue escalando en el difícil mundo de la tauromaquia española. Debutó en 1952 en una novillada sin picadores y, tras varios años de torear capeas, vacas y novillos en múltiples regiones, logró su meta suprema.
LA ALTERNATIVA: CONSAGRACIÓN DE UN COLOMBIANO EN TIERRAS ANDALUZAS
El 18 de septiembre de 1959, en la plaza de Cazorla (Jaén), el sueño se hizo carne. Antonio Lizarazo tomó la alternativa como matador de toros, convirtiéndose en el duodécimo matador colombiano de la historia. Fue El Tino su padrino, Abelardo Vergara el testigo, y se lidiaron astados de la ganadería Flores Albarrán. Un hito sin precedentes en su región.
Más allá de los triunfos, ese día representó la conquista de una cima que parecía reservada solo para los europeos, y Lizarazo la alcanzó con su sola fe, sin apoderados poderosos ni dinero detrás.
DE MADRID A BOGOTÁ, ENTRE EMBESTIDAS Y OVACIONES
Tras su alternativa, regresó a Colombia y debutó en la Plaza de Toros La Santamaría de Bogotá el 6 de diciembre de 1960, sustituyendo a Antonio Bienvenida, y salió a hombros como los grandes. En esa histórica tarde alternó con Manolo Pérez (Colombia) y Gabriel España (México) ante ejemplares de Clara Sierra.
Toreó en España, Francia, Portugal, Tetuán y Venezuela, cortó orejas en cada plaza que pisó y sobrevivió a múltiples cornadas, incluida una gravísima en Soustons (Francia) en 1954, que le perforó la ingle y lo tuvo más de un mes hospitalizado.
Fue apoderado por el mítico Nicanor Villalta, en un episodio que Antonio consideraba su mayor trofeo personal. También lidió con la crudeza de la realidad: toreaba pocas veces al año, luchaba por hacerse un nombre y, aun así, nunca perdió su amor por el arte de Cúchares.
UN RETIRO DIGNO Y UNA VIDA SENCILLA FRENTE AL MAR
En 1964, con apenas 34 años, decidió cortar su coleta. “Me cansé”, dijo. “El combustible del entusiasmo ya estaba disminuido”. Volvió a Cúcuta, donde montó el Hotel Lord en la séptima avenida. Luego se trasladó a Santa Marta, donde regentó una cafetería frente al mar. El Mediterráneo le había mostrado la belleza del mar, y allí, en el Caribe, encontró una nueva paz.
“El toreo para mí es vida”, solía decir. Su ídolo era Juan Belmonte, admiraba a Domingo Ortega, y entre los contemporáneos exaltaba a César Rincón y a Sebastián Castella. De todas las plazas, su corazón pertenecía a Las Ventas.
LEGADO, MEMORIA Y HOMENAJE ETERNO
La vida de Antonio Lizarazo Rondón es una de esas historias que merecen contarse al calor de la conversación taurina. No fue figura del escalafón, no encabezó los carteles de San Isidro, pero abrió caminos para que otros colombianos soñaran en grande. Su temple, su decisión y su resistencia lo hacen un verdadero héroe de la tauromaquia nacional, forjado en silencio, sin alardes, con la dignidad de quien se enfrenta al toro, la vida y la historia con la misma mirada de fuego.
Hoy, Colombia y la tauromaquia lloran la partida de uno de los suyos, pero también celebran su legado. Porque los hombres como Antonio Lizarazo, aunque se vayan, nunca mueren del todo: viven en cada pase, en cada ovación, en cada niño que sueña con vestirse de luces.
¡Gloria eterna, maestro! Que en el ruedo del cielo suene tu pasodoble favorito y que los ángeles te saquen a hombros por la puerta grande de la eternidad.