El confirmante Alejandro Peñaranda da vuelta al ruedo. Manuel Escribano y Joselito Adame silenciados. Armado, pero lidiable encierro de Lagunajanda…
Las tardes perdidas los santos las lloran. Todo lo que pasa en el ruedo de Las Ventas es importante, dicen, hasta la intrascendencia. Aún tanta como la hubo en esta veintitrés de la feria.
Sí, eso fue lo importante. Que no pasó nada, cuando pudo haber pasado mucho. Y que la concurrencia que da y quita, hoy ocupando algo más de tres cuartos del aforo, se lo tomó con una tolerancia inusitada. Parecía complicidad. Nada de exigir el cruce, nada de cuestionar las distancias siderales en los embroques, nada de irritarse con el toreo pa´fuera, nada de pedir quietud, temple, mando, ligazón, compromiso… Nada. El siete, mansas palomas.
Uno tras otro los seis nobles, manejables, casi borreguiles lagunajandas transcurrieron sobre la primada arena, como Pedro por su casa, con sus romanas y volúmenes proporcionados, con sus amigables obediencias, y con sus astifinas, enhiestas y generosas cuernas. Perdón. ¿Habrán sido estas el motivo de tanto desapego? ¿De tanto desinterés? ¿De tanta pachorra, que no poso? ¿De tantas dubitaciones? No quiero ni pensarlo, con un cartel como este, capitaneado por un valeroso lidiador a prueba de toda sospecha. Secundado por la primera figura de México, y un joven confirmante que como están las cosas en el mercado laboral coletudo, debía salir en esta catedralicia plaza a comerse el mundo.
El asunto fue que la tarde y los propicios toros se fueron como se van las horas, como se va el tiempo perdido. Sin dejar otra huella que el pesar de la pérdida. Finalizando la corrida, los que quedaban, (muchos salieron en el quinto), quisieron salvar del ahogado el sombrero. Y abandonando toda la lenidad anterior se pusieron a favor de obra. Cristian Romero desatinó sus puyas y el consabido coro de ¡Que malo eres! Fue tan tímido que ni se oyó. El fallido tercio de Mansilla y Martínez ni se protestó. Mientras que Ia sincopada y distante brega de Alejandro Peñaranda, comenzó a ser jaleada con una convicción, como de que de aquí no nos vamos sin nada. De a uno en uno, de a dos en dos, hasta que una tanda de cuatro arrancó una ovación de gala. Luego, vuelta al goteo sin rima. La estocada lateral, baja, tardó, pero mató.
La oreja fue exigida con encono. Más su señoría don José Luis Gonzalez González, no tragó el cuento de que el cliente siempre tiene la razón, y que por ende, la primera oreja la otorga el público. No señor, prefirió atenerse a la cláusula reglamentaria de que la corrección de la suerte suprema es condición sine qua non. Y no sacó el pañuelo. Mis respetos.
En fin, a nadie le importó. En el fondo lo sabían, y prefirieron consolarse cumplimentando la vuelta al ruedo de Alejandro, con la que no pasará en blanco esta su presentación en la primera plaza del mundo. Sobre Manuel Escribano y Joselito Adame, en atención a sus bien ganados blasones, hagamos mejor un silencio piadoso como el que les dedicó el público toda esta tarde sin importancia de Madrid, que los santos ya deben estar llorando.
Miércoles 4 de junio 2025. Madrid, Más de dos tercios. Seis toros de Lagunajanda, muy bien armados, nobles y manejables.
Manuel Escribano, silencio tras aviso y silencio
Joselito Adame, silencio y silencio.
Peñaranda, silencio y vuelta al ruedo
Incidencias: Alejandro Peñaranda confirmó Con “Vinatero” # 51 de 545 kilos.