Sota, caballo y rey

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Morante, Manzanares, Roca Rey… y pocos, muy pocos nombres más van repitiendo carteles como letanías por toda la geografía taurina.

Los mismos, de a dos, de a tres y hasta de a seis contratos por temporada, por feria, incluso unos con toda la corrida para sí solos, de plaza en plaza… grande, mediana, pequeña, minúscula, la que sea. Todas copadas.

Vedetismo, rasgo de la fiesta que la crisis ha extremado. Ralean festejos y público. Los empresarios, en el filo de la navaja, como la decapitada reina francesa optan por ofrecer tartas a cambio de pan. Pero no porque no haya. Pan hay, y bueno. ¿Qué son si no los otros cientos de toreros andantes con sus particulares tauromaquias, devociones y estéticas que han sido puestos fuera de circulación? ¿Y qué serán los que vienen, pues encima las escuelas taurinas están llenas?

La oferta y la demanda se han desbarajustado y todo con ellas. Como cuando los especuladores de la bolsa se tiraban por las ventanas de los rascacielos en Wall Street. Bueno, no tanto, a escala digo. El mercado está famélico, delirante, liquidacionista. Menos corridas, su precio sube. Más toros y mano de obra ociosa, su precio baja.

El toreo, arte litúrgico es como los otros artes, también mercancía. Sometido a la dura ley de la competencia, que no entiende justicia laboral ni equidad. El que no nada se lo traga la corriente. La de la clientela, que pone la plata, paga, escoge y desecha.

¿Pero esta lo hace siempre bien? ¿Acierta siempre? La comida más vendida (la más dañina). Los políticos elegidos (no hablemos). Las drogas adictivas, a tope. La vulgaridad, best seller. Orinales cotizados como arte sublime… ¿Tal es el sentido común? ¿Tan sabia es la mayoría? ¿O no escoge libremente? ¿Qué mueve sus afectos, sus desafectos, sus ávidas preferencias?

La propaganda, es vox populi. La estupefacción, la masificación, la doma del criterio individual en aras del consumo, “que es progreso”. Ese que lo justifica todo, hasta convertir el planeta en un muladar inhabitable. El que no haya entrado por el aro que arroje la primera piedra, o la primera bolsa plástica.

¿Y nuestro viejo culto no va también “progresando”, el toro a comparsa, el rito a farándula, el rigor a novelería? —Tranquilos, no pasa nada, está bien, son los tiempos— contestan los mercaderistas —el público manda, descontinúa lo que no quiere, porque no quiere lo que no le vendemos.

Aún así, aceptando que quizá en las facsimilares carteleras para este año, tercero de pandemia, los que están son, seguro que no están muchos que son. ¿Culpa de quién? Culpa de todos, culpa de nadie, son las reglas, sigamos repartiendo… sota, caballo, rey… vuelve y juega… ¿Hasta cuando?

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