Ni culpa, ni perdón

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La vida es cruel. Nacemos, carecemos, enfermamos, padecemos, perdemos a los seres queridos, asistimos al horror cotidiano desde los noticieros, los documentales naturalistas nos recuerdan sin descanso lo despiadado de la lucha por la sobrevivencia, morimos todos.

Las misericordiosas prédicas de los profetas, han sido bordadas en banderas de guerra. Las nobles causas de la libertad, la equidad, la paz, la ecología, envilecidas como pretextos de violencia… “Historia universal de la infamia” tituló Borges a su colección de ocho cuentos realistas, aludiendo la biografía de la humanidad.

La crueldad no es una invención de la literatura, del arte, ni mucho menos de la tauromaquia, que son apenas alegorías del mundo, que se miran en él, que lo interrogan. Las bibliotecas, los museos, los teatros, los monumentos rebosan de testimonios. Negarlo es hipócrita, justificarlo con eufemismos y sofismas, perverso.

Por ejemplo, entre los muchos “animalistas” que celebran alborozadamente las muertes de toreros en el ruedo, injuriando cadáveres y dolientes, una joven política del ámbito municipal español, ha recibido multa pequeña y regañito escrito, porque: «no mostraba mínima compasión, sino que manifestaba un sentimiento de alegría o alivio por la muerte de quien tachaba, sin ambages, de asesino”. Conminación tan exótica, que hasta ocupó titulares.

Mientras otra colega suya, de mayor calado, que anda en campaña electoral para continuarse como alcaldesa de Madrid; hace una mediática mueca de amplitud cultural, contraria a la que muestra en el cargo, y dice melifluamente: “La crueldad hacia los animales no es buena, pero hay que pensar que existe una cultura y hay que ser tolerantes”.

No agrede verbalmente a uno, sino a todos en todas partes, los que simula “tolerar”. Prejuzgándonos, “crueles”, “no buenos” (malos) desde lo alto de su abrogada superioridad moral.

No señora. Ni culpa ni perdón. Nuestro culto no es así, es piadoso. Simboliza lo inexorablemente trágico de la existencia, y propone asumirlo con ética y estética sinceras, con valor y respeto por la naturaleza, reconociéndole al animal sacralizado que la representa, identidad, dignidad, oportunidad, reverencia ceremonial e igualdad.

Lo prueban los toreros heridos y muertos por toros en el rito, hacia los cuales ustedes “los buenos” muestran tan poca bondad. Dese una pasada por alguno de los mataderos que surten su mesa y compare.

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