Sin Palabras

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Roca Rey llenó la plaza, la tarde y las bocas malquerientes. Cuando la corrida se hundía toda, con valor incontestable forjó una faena de poder y verdad, finalizada a la gran manera. La oreja pareció poco.

Comenzó a llover al salir el segundo y la estampida deshizo el lleno de “no hay billetes”. Pero la gente que se había guarecido en los pasillos lo rehízo al final. Toreaba Roca Rey. Volvieron, pese a que el encierro había sido un fiasco. Todos los toros protestados por su escaso cuajo. El sexto también. Se habían negado a capotes, ni una tanda en la tarde, y solo mostrado interés por los petos a los que acudieron pronto, se durmieron en ellos y hasta empujaron algunos. Luego se quedaron, se rajaron y se pararon.  Un auténtico petardo. “Traje un encierro para figuras” había declarado Victoriano del Río antes del paseíllo. El siete y aledaños lo desaprobaron entero. Encima, los mataron muy mal a los primeros cinco, lo cual por supuesto no fue su culpa, pero contribuyó al balance general.

Así de mal estaba la cosa cuando saltó “Distante” 573 kilos, con cara muy seria. El último, y el coro que clamaba contra él, se volvió contra el torero por el cual han mostrado un desafecto particular. El apretado quite por saltilleras y dos medias fue desagradecido con saña. Y la hostilidad no cesó tras la gran apertura de cuatro estatuarios, cambiado por la espalda y el de pecho. Por el contrario, aumentó al doblar el toro en sendas cortas tandas derechas. No había redención. El desastre sería completo. Pero no. La respuesta inesperada vino en forma de una muy dibujada serie baja, en redondo de cinco derechazos y el de pecho. Pura, embrocada, sembrada, templada, mandada, medida, rimada. Lo mejor del día. Entonces los no alineados rugieron de placer y de allí en adelante tuvieron que hacerlo también de admiración acallando disidencias.

Otra tanda similar con un pase de pecho circular completo, de solemne lentitud, y los naturales buenos, y el toro se fue quedando, y el adelante, arrimado, sorprendiendo con arrucina. De pronto, de tan embraguetado, cayó a merced y el noble le perdonó. Reincorporado, metió el cuerpo entre las largas agujas mirando respetuosamente a sus detractores, como interrogándolos con su arrojo. La plaza en pie ovacionando duro. Iguala y a toro arrancado deja una espada total en la cruz que rodó sin puntilla al venido a menos, que él había hecho lucir mucho más de lo que mereció.

Marea blanca, vocerío, mulillas en el ruedo y Don Justo Polo, pañuelo en mano, hizo honor a su nombre. Lo demás fue lo de menos. Al tercero, que se aculó contra la barrera, le prodigó una porfía rechazada, pinchazo, estocada y dos descabellos.

Miguel Ángel Perera, Llegó y se fue cariacontecido, no pudo provocar emociones con su intrascendente lote ni matarlo con acierto. Espada tendida, cinco de cruceta y un aviso al primero y una igualada laboriosa contra las tablas para estocada desprendida y dos golpes de cruceta, al cuarto.

Alejandro Talavante, tiene intacto su crédito en Las Ventas. Es evidente la simpatía con que se le recibe, pero eso no alcanzó para calmar el enojo contra sus lote. Le olvidaron y se reconcentraron en la protesta. Los animales que salieron liquidados del caballo y el mal ambiente le invitaron a abreviar con la muleta, mas no tanto con el acero, pues al segundo recibió un fierrazo tendido que no hizo efecto y cinco descabellos. El quinto, solo media ineficaz y un crucetazo.

El joven peruano, sin palabras, sin alardes, sin trampas, pero con un valor a prueba de bombas, dijo muchas cosas hoy en Madrid.

FICHA DE LA CORRIDA

Madrid. Miércoles 23 de mayo 2018. Plaza de Las Ventas. 16ª de San Isidro. Nubes y lluvia. Lleno total. Seis toros de Victoriano del Río, bien presentados, astifinos, parejos, de poca raza y fuerza. Protestados todos.

Miguel Ángel Perera, silencio tras aviso y silencio.

Alejandro Talavante, silencio y silencio.

Andrés Roca Rey, silencio y oreja.

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