Tarde cuesta arriba por la falta de casta y fuerzas del encierro de Juan Bernardo Caicedo, salvada a base de técnica y oficio. Castella y Juan de Castilla dejaron lecciones sin premio, mientras que Marco Pérez firmó el único triunfo gracias a su frescura y determinación.
Redacción: Jerónimo Baquero Toro
Cali – Colombia. La tarde en que se lidiaron los ejemplares de Juan Bernardo Caicedo dejó un sabor agridulce en los tendidos. Lo que sobre el papel se anunciaba como una jornada propicia para el triunfo terminó convirtiéndose en una ardua pelea de los espadas por extraer muletazos donde escasearon la casta y las fuerzas. La deslucida condición del encierro obligó a los toreros a apelar al oficio, la paciencia y, sobre todo, a una técnica depurada para intentar salvar una función que se fue cuesta arriba desde los primeros compases.
EL MAGISTERIO DE CASTELLA Y LA ENTREGA DE JUAN DE CASTILLA
Sebastián Castella abrió plaza con un ejemplar abanto y manso, que nunca se entregó a la pelea. Pese al genio y al desfondamiento del toro, el francés dejó destellos de su innegable aroma y maestría, saludando con verónicas suaves que fueron lo más rescatable de un capítulo sentenciado por los pitos al astado. En su segundo, el cuarto de la tarde, Castella ejerció de auténtico “enfermero”. Ante la alarmante falta de fuerzas del burel, el galo hilvanó una faena técnica y ortodoxa, midiendo alturas y tiempos para mantener al animal en pie. El silencio tras una media lagartijera reflejó con fidelidad una labor pulcra, pero carente de materia prima.
Por su parte, Juan de Castilla volvió a dejar constancia de su disposición para compromisos mayores. A su primero, un toro encastado que pronto se vino a menos, lo recibió con verónicas acompasadas. La faena fue breve, pero intensa, marcada por la entrega y la firmeza. El acero le negó un reconocimiento más amplio. En el quinto, mostró nuevamente parsimonia y buen concepto, mandando en tandas templadas por ambos pitones frente a otro ejemplar limitado de raza. De nuevo, la espada empañó una labor que, como mínimo, merecía premio.
MARCO PÉREZ: FRESCURA Y ÚNICO TRIUNFO
Lo más vibrante de la tarde llegó de la mano del joven Marco Pérez. En el tercero, supo tapar los defectos de un toro con clase, pero escaso de fondo, firmando una faena intensa que el público valoró hasta el punto de solicitar una vuelta al ruedo que no llegó a concretarse.
La gloria se reservó para el sexto. Pérez salió decidido a por todas, recibiendo al de Juan Bernardo de hinojos, con verónicas que encendieron los tendidos. Con la pañosa se fajó en una labor ortodoxa y bien matizada, logrando someter la nobleza del ejemplar. Tras un pinchazo y una estocada certera, cayó la única oreja de la tarde, justo premio a la frescura, el valor y la capacidad de entender los tiempos de la lidia.
























