Así fue la vida de San Juan Bautista de la Concepción, un santo muy taurino

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Santo religioso y escritor ascético y místico español, reformador de la Orden Trinitaria y fundador de la Orden de los Trinitarios

Santo religioso y escritor ascético y místico español, reformador de la Orden Trinitaria y fundador de la Orden de los Trinitarios Descalzos. Fundador de una veintena de Conventos, muere en Córdoba, el 14 de febrero de 1613, a los 52 años de edad. Y llevó la afición a la tauromaquia por bandera a lo largo de sus días.

Posiblemente influencia por su ciudad natal, Almodóvar del Campo, donde se celebran uno de los encierros más antiguos del País. El manchego, San Juan Bautista de la Concepción, plasma en sus numerosos escritos, su rica sapiencia taurómaca, incluyendo comparaciones de la vida cotidiana y las costumbres propias del S. XVI y asemejándolas con la vida espiritual, teniendo como eje principal a Dios.

El recuerdo de este santo, se tiene muy presente en su «patria chica”; que incluso guarda y venera con mucho cariño y devoción, una reliquia de parte del hábito del reformador, que se encuentra en la capilla de la Plaza de Toros de «Las Eras de Marta”, en Almodóvar del Campo. E incluso hay repartidas varias reliquias en diferentes rincones taurinos, uno de ellos está en la Capilla que alberga la Monumental Plaza de Toros de «Las Ventas” de Madrid.

El libro «Romance de Torería”, editado por su paisano Roberto García-Minguillán de Gregorio, dedica uno de sus capítulos a los escritos «taurinos” de este santo, que hoy celebramos, San Juan Bautista de la Concepción.

VIVENCIAS DE LOS ENCIERROS DE ALMODÓVAR DEL CAMPO

1- «Cuando era muchacho vi encerrar toros (en mi pueblo), para correrlos en las plazas, de esta manera: traíanlos hasta la entrada del pueblo acompañados con otros bueyes mansos, apartando y quitando la mucha gente que los podía ablentar; no consentían los toreasen ni diesen voces; antes, con miedo y temor no se les fuesen, los vaqueros los traían con caricias y regalo según lo consentía su fiereza. En entrando en la calle por donde habían de ahilar al corral del encierro y donde ya con grande dificultad se habían de tornar, los silbaban, daban gritos y los hacían mal, para que con esto no se pudiesen divertir para echar por una u otra parte, sino ir su calle derecha». (San Juan Bautista de la Concepción, Obras completas, Madrid 1995, I, 578).

«¡Los toros en Almodóvar! […] Se citan ya en 1591, desprendiéndose del texto que son fiestas antiguas en la población. […] Las corridas son fiestas públicas, por lo general sin más objeto que el recreo del vecindario, con uno o dos toros de muerte. El ganado se encierra en el toril de la calle de su nombre, contigua al Ayuntamiento y propiedad de éste, y la suelta de los toros lidiados se efectúa por la calle llamada actualmente «Travesía del Ensanche” (entonces, calle del Toro). Unas veces se ponen barreras en los soportales de la plaza; otras se colocan carros en los huecos, y siempre, talanqueras en las bocacalles. La instalación de tablados es también muy antigua» (E. Agostini Banús, Historia de Almodóvar del Campo,311-312).

2- «Muy ignorante fuera el hombre que, queriendo librar a otro de los cuernos del toro, fuera a favorecerlo poniéndose él en el mismo peligro y en los propios cuernos. El buen toreador desde fuera silba al toro, le echa la capa y lo divierte para que cese la furia que tiene contra la tal persona. Bien es que los hombres libren a sus hermanos, que por desgracia en medio del mundo están pereciendo en los cuernos de la gran bestia, pero no ha de ser poniéndose ellos en los mismos peligros, librar al otro y perecer él. Desde afuera dé el silbo y el grito y, si fuere necesario, échele la capa, que es su hacienda, su honra y vida del cuerpo, que «no hay que temer los que matan el cuerpo como no hieran al alma» (Mt 10,28), la cual en todas nuestras obras la hemos de tener desasida y despegada de las cosas de la tierra» (Obras completas, I, 413)

3- «El justo en su vida perfecta no es otra cosa sino una risa, fiesta y entretenimiento para los del mundo. Así lo dice san Pablo: Spectaculum facti sumus angelis et hominibus, se asombran los ángeles y los justos de vernos hechos tragedia y entretenimiento de los malos; omnium peripsema usque aduc (1Cor 4,9.13), estiércol, escoria y andrajos que pisan. Pero antes que el justo llegue a este estado, es necesario atraerle, como decíamos de los toros, en compañía de varones justos, a quien ya los trabajos amansaron; es necesario traerlos con caricias y regalos hasta que estén en lugar más seguro que con facilidad no puedan huir. Porque si a los toros los silbasen y toreasen cuando están en el campo anchuroso, seríales fácil huir y echar cada uno por su lado, y después no ser posible juntarlos, antes, atemorizados y espantados, no los podrían tornar al puesto» (Obras completas, I, 578).

4- «Amenazando Dios a su pueblo por Jeremías 50 n.11, entre otras culpas y cargos que les hace, es decirles: Quia effusi estis sicut vitulus super herbam, et mugistis sicut tauri; sois una gente, dice Dios, derramada, como el becerro que pace hierba y como el toro cuando brama. Que son dos animales que cada uno de ellos, puestos en esas ocasiones, andan como derramados, inquietos, desperdiciados, sin ningún género de quietud: el becerro, cuando pace hierba, buscando con la gordura y lozanía cada momento diferentes prados; y el toro cuando brama anda en celos sin calentar un sólo lugar porque el celo y fuego que en sí tiene lo trae perturbado corriendo sitios y mudando lugares» (Obras completas, I, 648).

5- «Considerando nuestro buen Dios la rabia que en tales obras y cosas suele tener satanás y los mastines de su ganada, tiróles la piedra y escondió el brazo, enviándoles hábitos y no pareciendo frailes, como quien tira la capa al toro para que allí desfleme» (Obras completas, Madrid 1997, II, 71).

6- «Verdad es que sucede muchas veces salir un hombre a dar una lanzada al toro y, por algún descuido, salirle la suerte torcida y caer en tierra, y tomar de ahí ocasión para hacer otras suertes bien acertadas y de mucha honra. Esto propio debe hacer el verdadero siervo de Dios, que, si alguna vez, por descuido y no bien ordenar sus penitencias, cayere en alguna enfermedad, como a quien coge el toro, que no desmaye, sino que eche mano de la paciencia y sufrimiento, de la caridad y paz interior, y…» (Obras completas, Madrid 2002, IV, 205).

7- «Muy propio es de Dios tomar medios muy conformes a los fines que pretende y, para convertir pecadores, escoger otros de su condición, los cuales convertidos suelen hacer grande riza y traer otros a Dios. El reclamo ha de ser de la propia especie para que haga provecho y abata a la tierra los pájaros que vuelan por el aire; y para sosegar un toro furioso y sujetarlo, echan otros bueyes ya mansos» (Obras completas, IV, 421).

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