Sólo la firmeza y el toreo de Joaquín Galdós en medio del espejismo de Campo Real

0
4

Redacción: David Jaramillo

La segunda corrida de abono en la Feria de Cali dejó una sensación de vacío difícil de disimular. Tras el gran encierro que Campo Real lidió el año pasado, las expectativas eran altas, tanto en términos de presentación como de juego. Pero la corrida que saltó al ruedo de Cañaveralejo fue otra muy distinta: desigual, pobre de hechuras, escasa de trapío y, sobre todo, vacía de bravura. Una colección de toros mansos, reservones, descompuestos o simplemente inofensivos, que dejaron a los toreros prácticamente sin opciones. Y cuando la materia prima no comparece, no hay voluntad que baste.

Román fue el encargado de abrir plaza ante un toro manso y sin presencia, que apenas tuvo nada que ofrecer. El valenciano lo intentó con voluntad, pero aquello no tenía arreglo. El cuarto despertó cierta emoción inicial con una salida viva y un bonito quite por collejas que compartió con Galdós, arrancando la primera ovación real de la tarde. Sin embargo, lo poco que traía el toro se agotó rápido. Protestaba en el segundo muletazo, se paraba en el tercero y nunca terminó de romper. Román trató de alargar las embestidas a base de distancia, pero no hubo continuidad ni fondo. Mató mal ambos toros y se fue en silencio.

El único que consiguió sacar algo positivo fue Joaquín Galdós. Con el segundo, un toro justo de todo salvo un punto de fijeza, construyó una faena de menos a más, sobre todo por el derecho, donde logró hilvanar series limpias, suaves, sin forzar. Las mejores tandas llegaron al natural, más sentidas y con mayor calado en el tendido. No fue una faena de sometimiento, porque el toro no lo permitía, pero sí de buena lectura y pulso fino. La media estocada tendida fue suficiente para cortar la única oreja de la tarde. En el quinto, otro manso sin fondo y con una embestida descompuesta, el viento fue un enemigo constante. Aun así, el peruano mantuvo la firmeza y dejó muletazos sueltos de buen trazo. Pero cuando quiso apretar, el toro se rajó. Fue ovacionado con justicia.

Javier Zulueta vivió una tarde más gris. Su primero, asaltillado de hechuras y con un punto de exigencia, pedía mando y precisión en los toques, además de distancia medida. El sevillano no terminó de encontrar el sitio, se vio sorprendido varias veces en los embroques y, aunque dejó algún muletazo aislado de buen corte, no hubo cohesión ni continuidad. Falló también con la espada y fue silenciado. El sexto, un toro veleto, áspero y con genio, sembró la sensación peligro desde que salió. En banderillas prendió con violencia a Anthony Dixon, afortunadamente sin consecuencias más allá de la taleguilla rota. Zulueta pasó por él sin convicción, y terminó disculpándose al pasaportar al animal sin entrega ni acierto. Los pitos con los que fue despedido fueron proporcionales al desencanto de la tarde.

Lo de ayer no fue una mala tarde de toros: fue una tarde sin toros. La corrida de Campo Real, tan prometedora en el recuerdo reciente, fue un espejismo en esta edición. Los tres toreros pusieron intención, pero solo Galdós logró conectar. El resto, entre el viento, la falta de raza de los animales y errores propios, se estrellaron contra una realidad tozuda. Y cuando la emoción no aparece ni en el ruedo ni en los tendidos, el toreo pierde su alma.

FICHA DEL FESTEJO

Sábado 27 de diciembre. Plaza de toros de Cañaveralejo, Cali (Colombia). Segunda de feria. Alrededor de media entrada en tarde agradable.

Toros de Campo Real, muy pobres de presencia y juego en general. Alguna opción ofreció el noble segundo.

Román (sangre de toro y oro): Silencio tras dos aviso y silencio tras aviso.

Joaquín Galdós (burdeos y oro): Oreja y ovación.Javier Zulueta (verde oliva y azabache): Silencio tras aviso

Dejar respuesta