El mundo de los conversos: entre la cultura y la imposición

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El mundo de los conversos: entre la cultura y la imposición

Redacción: Francisco Javier González Sánchez lapatria.com

Redacté esta columna escuchando en mi tornamesa el vinilo (CBS No MLS 8002 de 1963) que contiene la famosa “marcha de los toreros” interpretada bellamente por la Orquesta de Filadelfia de Eugene Ormandy y que hace parte de la famosa Opera Carmen de Georges Bizet. Era necesaria una inspiración artística para afirmar que, en Colombia, seguimos aferrados a la era de las conversiones forzadas.

Así como en el pasado se obligó a judíos a adoptar la fe cristiana para no perecer en la hoguera, o como las terapias de conversión pretendieron —y aún pretenden— corregir la orientación sexual bajo el disfraz de la sanación, hoy asistimos a una nueva forma de reconversión: la cultural. La reciente decisión de la Corte Constitucional de prohibir las corridas de toros, el coleo, las corralejas y las peleas de gallos, bajo el argumento del bienestar animal, marca un quiebre histórico en la jurisprudencia colombiana.

No solo rompe con la línea que protegía estas prácticas como manifestaciones culturales legítimas —aunque controversiales—, sino que impone una visión única de lo que debe ser la cultura, desconociendo la pluralidad y diversidad que proclama nuestra Constitución. Lo verdaderamente preocupante no es la prohibición en sí —tema que puede y debe debatirse— sino el tono con el que se impone una “reconversión cultural y laboral” (Ley 2385), como si la cultura de ciertos sectores pudiera ser cambiada por decreto, como si la identidad de un pueblo se corrigiera con una resolución administrativa.

Los taurinos y demás comunidades afectadas no fueron invitados al diálogo: se les ha ordenado transformarse, convertirse, abandonar siglos de historia, costumbres y oficio, sin siquiera explicarles cómo. ¿Qué tan diferente es esta orden de lo que hacía el Tribunal de la Inquisición? ¿No estamos acaso frente a un nuevo tipo de herejía cultural, en donde los “pecadores” deben ser corregidos por el aparato judicial? En la Divina Comedia de Dante, el infierno estaba reservado para los que traicionaban la verdad y el amor genuino.

Hoy, pareciera que quienes valoran su cultura ancestral son tratados como traidores al nuevo dogma moral del progresismo urbano. La Corte, que bien pudo limitarse a prohibir, ha ido más allá: ha dictado un camino de salvación para los “pecadores culturales”. Los convierte en conversos, forzados a asumir nuevas creencias, nuevas formas de vida. A los animalistas —cuyas causas son válidas— se les ha dado el poder de definir qué cultura es digna y cuál no, qué trabajo es legítimo y cuál merece reconversión.

La desigualdad en este debate no es solo económica, es simbólica. Los conversos voluntarios —quienes celebran la prohibición— lo hacen desde la comodidad de su superioridad moral. Los conversos forzados —quienes vivían de estas prácticas— son empujados a la periferia del sistema, marginados sin explicación ni reparación. La verdadera democracia no radica en imponer silencios, sino en garantizar voces. Y esta vez, la Corte ha optado por callar a unos para exaltar a otros. No es justicia: es conversión.

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