En la Cañaveralejo, pintura, bravura y torería confluyen en una corrida mixta irrepetible: el lienzo es la plaza, los pinceles son toro y torero, y el tiempo, breve e intenso, consagra una obra viva y efímera.
Redacción: Héctor Esnéver Garzón Mora – www.enelcallejon.co/ – Web Aliada
Cali – Colombia. La tarde de hoy no es una más en el calendario taurino: es un acontecimiento estético de hondura conceptual y emoción antigua. En la monumental Cañaveralejo se anuncia una corrida mixta con toros y novillos de la divisa de Ernesto Gutiérrez, hierro de reconocida seriedad y temple, para un cartel que reúne el oficio maduro de Luis Bolívar, la inspiración volcánica de Alejandro Talavante y la juventud ilusionada de la novillera Olga Casado. Pero el suceso trasciende lo estrictamente taurómaco: la plaza entera se convierte en una instalación artística viva, una obra total donde pintor, toro y toreros dialogan en un mismo escenario.
No es casual que esta cita haya sido bautizada como corrida zapatista. El nombre responde a la intervención creativa del artista Domingo Zapata, quien ilumina el coso con una propuesta expresionista figurativa que hace del ruedo un gran cuadro en proceso. No se trata de decorar la plaza, sino de activar el espacio: fotogramas dispuestos en la arena y en el entorno del albero funcionan como trazos iniciales, como una partitura visual que espera ser interpretada por los verdaderos protagonistas del rito taurino.
Aquí, el cuadro es la plaza. El marco lo dan los tendidos, la luz de la tarde y el rumor expectante del público. Los colores se completan con la piel del toro, la seda del capote, el oro del vestido de luces y el rojo profundo de la muleta. Zapata propone, sugiere, abre caminos; pero sabe, como buen creador, que las últimas pinceladas no le pertenecen. Es el toro quien imprime carácter con su embestida, y el torero quien, desde la inteligencia y el valor, ordena el caos para convertirlo en armonía.
La obra es efímera por naturaleza. Existe únicamente en el instante exacto en que se ejecuta: cuando el toro humilla, cuando el cite es sincero, cuando la muñeca gobierna la embestida y el trazo de la muleta se alarga en un natural profundo. No hay repetición posible. Cada pase es irrepetible, cada silencio del público es parte de la composición, cada olé surge como una exclamación estética. La pintura no se cuelga luego en una pared; se consume en la memoria de quienes la presencian.
Desde el punto de vista técnico taurino, el planteamiento es tan exigente como sugestivo. Luis Bolívar, con su temple clásico y su conocimiento de los terrenos, aporta la solidez estructural del cuadro; es la línea firme que sostiene la composición. Alejandro Talavante, torero de inspiración y ruptura, introduce el gesto creativo, el trazo inesperado, la mancha que emociona y sorprende. Olga Casado, novillera, suma frescura, ilusión y futuro: su presencia es el color nuevo que irrumpe con honestidad y ganas de decir algo propio ante el novillo.
Los toros y novillos de Ernesto Gutiérrez son materia prima esencial. Sin bravura no hay arte posible. La calidad de la embestida, la duración del viaje, la capacidad de repetir y la nobleza con transmisión son los pigmentos verdaderos con los que se construye la faena. El toro no es un elemento pasivo del cuadro: es coautor. Su comportamiento define el ritmo, la profundidad y la verdad de la obra.
Domingo Zapata, como expresionista figurativo, entiende que la figuración no niega la emoción, y que la emoción necesita forma. Bajo esas condiciones concibe su intervención: un marco plástico que no suplanta al toreo, sino que lo potencia y lo resignifica. La corrida zapatista no busca explicar la tauromaquia; la expone como lo que es: un arte vivo, arriesgado, bello y contradictorio, donde la creación se juega en segundos y se paga con el cuerpo.
Al final, cuando el toro cae y el torero saluda, el cuadro queda completo. No habrá firma visible ni barniz protector. Quedará el recuerdo de una tarde en la que la Cañaveralejo fue más que plaza: fue taller, lienzo y escenario, un espacio donde el arte se escribió con albero, sangre, seda y verdad. Una tarde que confirma que la tauromaquia, cuando es auténtica, sigue siendo una de las grandes expresiones artísticas del ser humano.
























