Ante un encierro áspero, exigente y de comportamiento cambiante de Campo Real, las cuadrillas asumieron una tarde de máxima responsabilidad, dejando constancia de oficio, valor seco y compromiso profesional, sosteniendo la lidia cuando la bravura fue más problema que aliada.
Redacción: Andrey Gerardo Márquez Garzón – www.enelcallejon.co/ – Web Aliada
Cali – Colombia. La tarde se sostuvo, en gran medida, por la dura y callada labor de las cuadrillas, verdaderos pilares de una lidia marcada por la complejidad del encierro de Campo Real. Toros de sentido, mirones, descompuestos y con reacciones tardías obligaron a un trabajo quirúrgico en los tres tercios, donde cada error podía costar caro. Desde el saludo inicial quedó claro que no sería una función de alardes, sino de técnica, cabeza fría y colocación exacta, y en ese terreno los hombres de plata y de a caballo dieron una lección de profesionalismo.
En el primero de la tarde, Carlos Rodríguez “Garrido” firmó una brega inteligente y templada, llevando al astado cosido a la esclavina, ganándole terreno con mando y suavidad, tapándole la cara en los momentos críticos y permitiendo que la lidia tomara orden. Fue un trabajo de esos que no siempre se jalean, pero que sostienen toda la arquitectura del festejo. En el segundo, Edgar Arandia dejó una puya ortodoxa, medida y en el sitio, marcando el castigo justo a un toro que pedía firmeza sin exceso, administrando la fuerza y evitando descomponerlo más de la cuenta. En ese mismo turno, José Calvo destacó con buenos pares de banderillas, clavando en lo alto, con reunión y salida airosa, exponiendo lo justo ante un ejemplar que buscaba el cuerpo en la arrancada.
El tercer toro confirmó la seriedad del encierro y elevó el nivel de exigencia. Allí, Antony Dicson dejó un par extraordinario, de lidia ordinaria, ejecutado con verdad, cite de frente y reunión limpia, arrancando una de las ovaciones más sentidas de la tarde. Fue un momento de pureza en medio de la dificultad, un ejemplo de cómo se puede imponer la técnica al peligro real. La cuadrilla entendió pronto que no había margen para el lucimiento gratuito y apostó por la solvencia y el orden.
En el cuarto de la tarde, Luis Viloria firmó una buena vara, aguantando la embestida, fijando al toro y dosificando el castigo con criterio, en una suerte clave para no quebrar al astado ni permitir que desarrollara más sentido del que ya traía. En banderillas, Héctor Fabio Giraldo mostró eficacia y seguridad, dejando un buen par que ayudó a colocar al toro y a mantener la lidia en cauces posibles. También destacó Juan David, quien en plena jornada de examen dejó un primer turno correcto, aunque en el segundo encontró mayores dificultades, reflejo fiel de la desigualdad y la complejidad del encierro.
El quinto toro cerró la tarde con tensión añadida. Antony Dicson, nuevamente protagonista, dejó un buen par de banderillas, citando con verdad y exponiendo el pecho, pero fue prendido por el astado en la salida, en un instante que heló los tendidos. Afortunadamente, el percance quedó, al parecer, sin consecuencias aparentes, aunque dejó patente el riesgo permanente al que se enfrentaron las cuadrillas durante toda la función. Fue el recordatorio más crudo de una tarde donde el peligro no fue un recurso estético, sino una amenaza constante.
Así, más allá de los resultados artísticos, la jornada quedará en la memoria por la entrega y el oficio de unas cuadrillas que no se arrugaron, que entendieron la lidia como un ejercicio de responsabilidad y que supieron responder ante un complejo encierro de Campo Real. Cuando el toro aprieta y la bravura se vuelve áspera, es en los hombres de plata donde la Fiesta encuentra su equilibrio. Y esta vez, ellos estuvieron a la altura, sosteniendo la tarde con valor silencioso y torería de verdad.
























