De Punta a Punta de España con Morante

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Viaje de punta a punta de España con Morante de la Puebla: las 48 horas que han sacudido el toreo

Del encontronazo con Roca Rey en El Puerto de Santa María a la cornada en Pontevedra, acompañamos al torero del año en sus días más convulsos

Ya estamos en Galicia, maestro.

-Digo.

Morante despierta con el frenazo del Cessna al tocar tierra. Su frondoso pelo azabache se le ha encrespado por la coronilla. Ni una arruga en su colorida camisa de Etro, el pantalón blanco de lino inmaculado, el canotier de paja sobre las rodillas. Pedro, su apoderado, su báculo, sostenía la almohadilla en la que reposaba su cabeza inclinada. La intensidad de los tres días anteriores en Palma de Mallorca, Marbella y El Puerto de Santa María, con sus tres corridas nocturnas consecutivas, han sido de una exigencia física agotadora para cualquiera. De las tres ha escapado milagrosamente indemne. La mañana del domingo luce radiante en el aeropuerto de Vigo, despejada de la bruma. El vuelo desde Jerez en el jet alquilado ha ido como la seda, surcando España de punta a punta por dentro de Portugal. Sólo un sobresalto ha interrumpido su sueño con un golpe reflejo en la pierna: «Se me venía encima el toro», dijo con el susto aún en la mirada. Y se volvió a dormir. Torea por la tarde en Pontevedra.

La música suena en la suite 209 del hotel Duques de Medinaceli, un palacete del siglo XVIII, en la frontera del centro de El Puerto de Santa María. «Cuidado con el yacaré/ cuando te acerques al río», canta Calamaro. Sobre la mesa acristalada de madera esperan su momento unos habanos con la vitola de Juan López, una cajetilla de Marlboro Light abierta como máquina expendedora, un vaso colapsado de colillas y un pastillero azul con el tratamiento psiquiátrico del maestro. Descansa sonriente en el sofá de época, como él, con el torso desnudo y las piernas asaetadas de pitonazos, moretones con puntas sangrantes. A sus 45 años y casi 30 de alternativa, Morante de la Puebla es el torero de la temporada. Una temporada antológica, inalcanzable, sembrada de hitos. Sevilla, Madrid, Pamplona… Lo asombroso de su año ya no es sólo la inaudita regularidad en el arte, la remontada desde las tinieblas del invierno, sino la entrega absoluta de cada tarde, la pureza con la que se ofrece al toro. Como si quisiera cumplir con el destino que le requería Valle-Inclán a Juan Belmonte: «Sólo te falta morir en el ruedo». «Se hará lo que se pueda», contestó el Pasmo.

Acaban de colgar el teléfono con el doctor Val-Carreres para hacerle una consulta, y Pedro prepara la jeringuilla con la infiltración para la cadera. Pedro hace de todo y le indica que se tome el Voltarén: «¿Duele el líquido?». Morante va señalando dónde debe entrar la aguja, no muda el gesto, tiene carne de perro. La golpiza de la mágica noche marbellí, el viernes, dejó huella también en su cuerpo: «Me cogió para partirme». Juan Carlos, su mozo de espadas, primo del alma, ha montado la silla con el vestido nazareno y azabache como armadura del combate. Aguarda para el encuentro, que será convulso encontronazo, con Roca Rey: «La palabra veto nunca salió de mi boca», aclarará luego respecto al affaire de Santander. Las cuitas vienen de lejos.

El ritmo de los cafés se incrementa parejo a los silencios. Y Morante empieza a adquirir la apariencia de talla del Gran Poder, de ese dios que baja por las tardes a absolver a los mortales con sus verónicas. El reborde verde de las chorreras de la camisa blanca homenajean a Gallito, la calzona encuentra su sitio. Ya no usa el antiguo calzón largo de hilo -«Se pega y hace pliegues»-, y detesta los pantis de licra de los toreros modernos. Brinca a saltitos por la habitación, no tanto para probar el ajuste, sino la infiltración. Se estira, se duele. La dosis se quedará corta y en la enfermería de la plaza la redoblan. Como en el ruedo redoblan los tambores de guerra con el Cóndor del Perú. La tarde se recordará por eso sobre el fondo de su magisterio, un día más, ninguno igual. Abajo, en el patio del hotel ducal, aguarda la cuadrilla entre un murmullo de partidarios. Alberto Di Lolli se empotra con su cámara fotográfica en la furgoneta. Como lo hará en el avión y en la intimidad del genio con quien cruzaremos el mapa, testigos privilegiados de 48 horas inolvidables, trepidantes, convulsas, con doliente final. El flamenco de Luis de la Pica es la banda sonora en el camino a la Real Plaza del Puerto. Nadie habla nada. Un calor pegajoso inunda las calles.

Morante de la Puebla atraviesa la puerta grande el primero al final de la corrida, con su montera antigua calada, la sonrisa puesta, por delante de Roca Rey y Daniel Crespo, surfeando la apoteosis de la tarde volcánica. Alcanza la furgoneta donde ya se ha roto el silencio, entre la alegría, la indignación, la polémica y las manos que se cuelan por las ventanillas. La pasión desatada. «Quien no ha visto toros en el Puerto no sabe lo que es un día de toros», sentenció Joselito el Gallo. MdlP lo ha vuelto a hacer, el arte del toreo, la entrega sacrificial, escapar vivo. «Yo creo que me he tirado, el toro me iba a arrollar», analiza frente a un solomillo ya en la habitación 209 del hotel.

La bestia se le vino encima cuando quiso pararla con tan sólo medio capote, de salida, en una especie de chicuelina que se tiene por suerte vieja y es una nueva creación suya. Tan arriesgada como bella, si sale… Una temeridad. Comenta la agarrada con el Cóndor por la inoportunidad de su quite. Morante Jr., el hijo que es promesa cierta del Betis, asiente mientras consulta las redes sociales en el móvil. Tocan a la puerta. Su padre deja el plato para atender puesto en pie a Niña Pastori, al Boli, a Tomatito, que le hace sentir heredero de una estipe. Del hilo que baja de Romero y Paula. «Esa es mi línea, lo del tremendismo lo respeto, pero…», cuenta el mítico guitarrista. Y hace posturas caricaturescas, cambiándose pases por la espalda, ante la sonrisa de Morante. La visita es breve. El viaje que espera el día siguiente es largo. Hasta Vigo. Pedro le da la medicación. Conviene descansar.

La furgoneta al aeropuerto de Jerez atraviesa el domingo la tierra agostada y los campos de girasoles vueltos. Ya hace calor y es temprano. En el rostro recién afeitado de José Antonio aún se dibujan los pliegues marcados de la almohada. La cojera continúa pero le resta importancia. Viaja como un dandy. Su colorida camisa de Etro, el pantalón blanco de lino, el canotier. Comenta la diferencia del jet con la avioneta de la última vez. El sol platea el lomo del Cessna. El piloto, Luis Abril, y su copiloto saludan a Morante, orgullosos de transportarle. Ocupamos las cuatro plazas del angosto y lujoso aparato. Como un micro submarino del aire. Despegamos con suavidad. Es tiempo de hablar de todo. De la temporada antológica. Del año histórico de un torero para la Historia. De las polémicas, la suerte y el miedo.

¿Duerme bien?

Sí, con la pastillita.

Si en el año 2022, la temporada de las 100 corridas, subrayamos lo inaudito de la regularidad en el arte, ¿este año qué décimos?
[Una pausa larga, una sonrisa] Que se ha conseguido, ¿no? La verdad es que está siendo un año histórico por los triunfos logrados, consecutivos. Y esperemos que esto siga igual, aunque no es fácil. El factor toro, que quizá me haya fallado otros años, ayuda.
Cuatro antologías en Sevilla, la puerta grande de Madrid, Pamplona… Está siendo una cosa…
[Interrumpe] Milagrosa. El invierno fue muy duro. Yo tengo un problemilla de un trastorno en la cabeza crónico [trastorno disociativo de la personalidad], que me molesta mucho. Haber conseguido todo eso con tanto esfuerzo, tirando hacia delante, provoca una satisfacción más grande.
Más allá de todas sus virtudes artísticas y técnicas, más allá de su clasicismo, hay algo que llama poderosamente la atención: la entrega absoluta, la pasión, cómo se ofrece a los toros, todas las líneas rojas traspasadas, que a veces asustan.
Me paso los toros más cerca que nunca, y eso tiene una emoción mucho mayor. Y basándose en eso se han sumado muchos nuevos morantistas.
Y mucha juventud.
Muchísima. Es lo que más me gusta. Ver a los jóvenes bajar al ruedo para intentar sacarme a hombros. Verlos con esa emoción es lo que más me agrada. Nunca me había pasado. Antes tenía que buscar a alguien y pagarlo que te sacara a hombros, aquellos capitalistas. Y ahora se pelean por hacerlo.
Sus piernas son dos mapas de pitonazos, se está escapando de la cornada…
Estoy teniendo suerte. De joven me cornearon mucho más. La suerte influye. Me pegan varetazos que podían ser cornadas.
Decía Álvaro Núñez que usted es como el caso de Benjamin Button, que va a acabar con más valor que con el que empezó.
Está sucediendo algo inaudito. Sentir las plazas llenas al reclamo de un torero que lleva muchos años de alternativa. Un torero clásico. No de otro estilo.
Que un torero de los llamados de arte domine el escalafón numérica y moralmente y también la taquilla es insólito.
Nos ha cogido por sorpresa [risas] Es algo histórico.
¿Con qué faena se queda de este mar de antologías?
La primera tarde de San Isidro. Creo que ha sido la más importante. Habrá habido otras, pero me quedo esa. Por el miedo que se pasa, Madrid siempre es especial. Como su cariño. El próximo 12 de octubre también va a ser especial. [Hace doblete mañana y tarde en Las Ventas, con el festival de Antoñete que abandera y la Corrida de la Hispanidad].
¿Ya no tira nunca las tres cartas?
Bueno, cuando es malillo, no se crea [risas de nuevo]. Pero si hay alguna posibilidad, frente a la dificultad, me encuentro mejor que nunca.
¿Qué ha pasado con Roca Rey anoche en El Puerto?
Tuvimos unas palabras en el callejón por un quite que hizo después del cuarto puyazo que no me pareció correcto. Parece que no le sentó bien. Yo creo que al final en estas cosas se llega a un entendimiento, y quedará todo en una anécdota. La rivalidad en la plaza es bonita pero siempre dentro de un respeto. Quizá no lo sabía, no lo hacía con mala intención, no lo sé. Pero se lo tenía que decir y se lo dije.
El desencuentro viene desde Granada, cuando Roca no sale a revisar el ruedo tras la tormenta con Aguado y usted.
Claro. Ahí estábamos Pablo y yo mientras él no salía. Argumentaba que había mandado a un banderillero. «¿Qué pasa, que tú no tienes piernas y ojos?», le tuve que decir. El compañerismo es importante.
A partir de ese momento se tuerce la relación. Hay carteles firmados de antes en los que torean juntos pero el equipo roquista evita coincidir desde entonces, y usted quiere hacerlo visible. ¿El conflicto de Santander se ha contado bien?
La palabra veto nunca ha salido de mi boca. Carecí de suerte en el mano a mano con Juan Ortega, y me ofrecí para la sustitución. Como los honorarios de Roca Rey también son altos, quise donar los míos a una causa benéfica. Si eso se malinterpretó, no lo sé. También he escuchado a otros compañeros con los que tampoco ha querido torear. Yo toreo con todo el mundo. La verdad es que me hubiera hecho mucha ilusión hacerlo en esa corrida y no la pude torear porque él dijo que no.
Además de las plazas, se ha ganado la calle. No quedó un pamplonés en San Fermín sin su selfi con Morante.
Siempre me ha gustado estar cerca del pueblo y la gente. No soy de buscarme hoteles donde no me encuentren.
A la altura de Lisboa, tras un café y un muffin de chocolate, el sueño hace presa en Morante. Despertará con el sobresalto de la pesadilla: «El toro se me venía encima». Aterriza suavemente el jet en Vigo. Torea por la tarde en Pontevedra.
La habitación 210 del hotel pontevedrés Rías Bajas no gasta lujos ni espacios sobrados. Morante de la Puebla vuelve a escuchar a Calamaro, Pedro vuelve a infiltrar el anestésico en la cadera, Juan Carlos vuelve a preparar la silla. Es caldero y oro el vestido. Es cíclico el tiempo, pero con otro terno. El maestro, enfundado en un elegante batín de seda de Gennaro Rubinacci, se pega los esparadrapos en las espinillas. El propio modisto napolitano del lujo sube a verlo con verdadera devoción. La torería adorna cada detalle del proceso. Cuando le atornillan la castañeta cobra su perfil un halo antiguo. A veces musita en silencio, palabras que no salen, pensamientos que arquean sus cejas. El viento sur refresca la ciudad y entra por la ventana abierta. Sube el ruido de la calle de un pueblo en fiestas. La Peregrina se celebra con toros. Anuncian una corrida de Garcigrande, el primer toro se llama Carrillón. Le ha tocado a Morante. Corea la plaza su nombre, antes de la tragedia: «¡Jo-sean-to-nio Mo-ran-te-de-la-Puebla!».
Lo torea como siempre, pasándoselo muy cerca, más despacio que nadie, mejor que ninguno. No le pierde un paso, a pesar de que el toro viene durmiéndose. Hasta que sucedela cornada temida, presentida, quizá soñada en el avión: «El toro se me venía encima». Es extensa, pero limpia. La serenidad no abandona al maestro de La Puebla en la camilla. Tampoco la torería. «Gajes del oficio», expresa. Pedro a su lado. No sedan a José Antonio, le operan con anestesia local. El empresario Luisma Lozano entra, y se sorprende de la imagen, «de otra época». Los goteros bajando a los brazos del torero, la camisa de las chorreras verdes puesta, la taleguilla partida, el agujero en la pierna derecha, la torería de una pieza. «Te vas a librar de pagar la mariscada de esta noche», le suelta con su ingenio Morante a Lozano. La orfandad de la temporada, lo que dure la convalecencia, se expande por España.

La cornada es más extensa que profunda. Diez centímetros de herida anfractuosa, el orificio de entrada. Y dos trayectorias, una descendente de otros 10 y otra ascendente de seis. El abductor tocado, el drenaje puesto y el traslado al hospital Quirón. Firman el pronóstico como grave. Podría haber sido peor. Vale. La aventura tremenda de estas 48 horas no acaba en la clínica. Pedro J. Marques pide que le hagan un TAC y pruebas radiográficas que descarten otros daños, alguna trayectoria oculta.

Quieren irse a Portugal. Aduce el apoderado los riesgos psicológicos, el miedo a la quiebra de la salud mental. Y así, con los puntos recientes, el drenaje puesto y el tratamiento antibiótico, la habitación 210 del hotel Rías Bajas se convierte en una 210 hospitalaria. Morante de la Puebla duerme en ella, y duerme muchas horas. De las 12 de la medianoche a las 10 de la mañana. Afebril, cansado, reventado por el toro. Tanta verdad tenía un precio.

«Se metía mucho por el derecho, afligidito. Y se volvió sobre las manos», cuenta Morante la mañana del lunes en la 210 del hotel Rías Bajas. Lo hace en un pijama blanco de verano, somnoliento, desayunando un cruasán y un café cortado. El propio Pedro procede a hacer la cura. Quita el vendaje compresor y aparece el boquete suturado. El drenaje justo debajo. Voluminoso costurón. «Demasiado labio. Ha quedado mucho labio», dice señalando a los gruesos rebordes de la cicatriz. «Parece de caballo», apostilla el maestro. Y el apoderado desinfecta la zona sobre una gasa verde y guantes de látex azules y ya se plantea si habrá que retocar la exagerada separación de la carne. El sentido del humor del torero carece de topes, ni el dolor hace de dique: «¿Estoy para el segundo tiempo?». Un minuto antes había hablado de Diego Armando Maradona, y luego se acuerda de una fotografía de Rafael el Gallo convaleciente en Algeciras, con una gasa como una banda sobre el pecho: «No estaba gordo, al revés, pero luego en la plaza se le caía la barriguita».

El Chino, conocido capitalista que viaja por las plazas sacando a hombros a los toreros, sube y baja a la cafetería con cafés y tabaco. Las escenas se sudecen en el límite de la realidad. Prende un marlboro el cigarrero antes de la cura, muy torero, como hay alguna foto de Manolete en El Ruedo. Las maletas yacen abiertas y revueltas en un lateral de la cama con cabecero de madera esperando a ser cerradas. Los Lozano, Luisma y Pablo, por este orden, pasan a la habitación 210 para interesarse por Morante. Vuelve la coña sobre el marisco debido, la mariscada pendiente. Núñez Feijóo se ha interesado por el torero que ya ha grabado en 2025 su nombre a fuego, encaramado en lo más alto de la historia del toreo.

La cornada acrecentará su leyenda cuando vuelva. ¿Cuándo? Cuando sea. No hay prisa, aunque tiemblen las empresas y tiriten las ferias con agujeros en la taquilla. ¿Quién puede sustituir a Morante? Nadie.

La furgoneta acondicionada aguarda en la calle con una cama incorporada y parten hacia Portugal, la tierra que sobrevolamos un día antes, en el ecuador de estas 48 horas convulsas, trepidantes. Cuando Morante de la Puebla se despertó sobresaltado por un toro que se le venía encima.

 

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