Llevo ya dos años sin ver colgados trajes de primera comunión en los escaparates de la sastrería Palomar, en la calle de San Vicente Mártir, casi enfrente de la Abadía de San Martín, monumento fantástico. Será señal de los tiempos. El escaparatista se ha descolgado un homenaje a una película que hizo en los años 50 época: Vacaciones en Roma. Fue la revelación de Audrey Hepburn, que hacía de princesa. Y Gregory Peck, de periodista. No llegó al amor la relación. ¿Platónico? Es posible.
De William Wyler, el director del film, dijeron los críticos agudos del Cahiers de Cinema que era el «estilo sin estilo». Y esa ley se cumple en este caso. Más que la Hepburn, la protagonista de la película es la moto Vespa con la que los dos protagonistas recorren Roma, toda Roma, o toda la que sale en los paquetes tourísticos. Sin casco, porque entonces no se había firmado en Bruselas nada más que un pacto sobre el acero y el carbón que obligada a solo seis países europeos: los tres del Benelux, Francia, Alemania e Italia, que siempre ha sabido acabar ganando las guerras que perdía. Desde los años de Aníbal Barca.
En el coliseo de Roma, muy lucido en el escaparate de Palomar, se inspiró Sebastián Monleón para construir la plaza de toros de Valencia hace más de ciento cincuenta años. Puestos a elegir, hay quien prefiere las Arenas de Verona al Coliseo. Para todo y por todo. Para óperas de verano. Y, luego, o al nivel de Verona, Nimes, donde se dan los toros que en tiempos pelearon con tigres y elefantes en el imponente Coliseo de Roma, emblema de todas las ruinas del Imperio en los confines próximos.
En Palomar, tienda de aire anticuadito, se lucen carteles de la película en unos cuantos idiomas -inglés, español, alemán, francés…- e instantáneas de la película, tan amable y ligera. Como las películas de princesas en general. Empezando por La Cenicienta de Disney y terminando por Gina Lollobrígida en Salomón y la reina de Saba. Haciendo el Salomón creó recordar que murió Tyrone Power. Murió en Madrid. ¿Si? Tairon-pagua, se dice en inglés. Los españoles de entonces decíamos Tironepogüer sin más. Para entender Roma hay que ver una película de Fellini casi coetánea de la historia de princesas. La dolce vita. Marcello Mastorianni ha sido uno de los mejores actores que he visto en mi día. Mejor sin doblarle la voz.
Y un paseo suculento por el Mercado Central atendiendo al brillo de la piel de los pescados que lucen en pieza enteras en el mostrador de la que parece mejor pescadería de todas. La escórpora, la lubina, la sepia limpia, la lubina, la cola de rape semidesnuda, la gamba roja, el rodaballo, el gallo y el lenguado. Y el boquerón. Qué paisaje.
La calle Bolsería estaba cerrada al tráfico: estaban derribando el edificio del número 37 que llevaba medio en ruina cuatro años o así. Asistir al derribo de una casa del 1850 me ha parecido un privilegio, Aun tragando polvo. Parece mentira que esa ruina urbana hubiera durado en pie tantos años. Como el Coliseo. Muchos comercios cerrados o reconvertidos en toda la ciudad. Manadas de turistas en el Carmen, ¡Ay! .