Según lo previsto, llovió esta mañana. No tanto. Pero al barrio -el Antiguo. le sienta bien la lluvia. No es fácil decir en qué se nota. Pero se nota. Este no es un barrio marinero, pero como si lo fuera.
Estamos a dos kilómetros de San Sebastián, somos dos mundos radicalmente distintos, se deja sentir la huella de los años soviéticos, y todavía después de haberse firmado el armisticio cuelga en algunas ventanas la pancarta que mejor representa el fondo del izquierdismo independentista radical. Euskal Presoak, Euskal Herrira. La silueta del País Vasco integral -o sea, Euskal Herria- con su letrero que reclama el retorno de los presos vascos a casa
El mensaje es marciano, pero lo entiende quien tiene que entenderlo. Han desparecido los grandes murales de fotos de presos implicados en acciones terroristas que antes poblaban escaparates, muros y, desde luego, esa placita escondida de la Gascuña que podría haber sido una plaza mayor de barrio o de pueblo. Donde estaban las cartelas de reclamo hay ahora una furgoneta churrería, que esta mañana estaba cerrada. Por la lluvia. Detrás, un dispensario de leche cruda, del país. He entendido que está en crisis la dispensa. En un mural con el retrato de Txillardegi, uno de los ideólogos del nacionalismo incondicional -el mundo abertzale, patriota- está inscrita una frase clave: Euskara da Euskalonen Aberria. El Vascuence es la patria de los euskaldunes. La lengua es una patria. Un arma. El independentismo catalán de ahora no ha hecho otra cosa que copiar y modular el modelo vasco de la patria verbal. Los nacionalismos son un túnel no sé si sin salida. Cuando entras en Guipúzcoa desde la frontera navara, por el túnel de Zegama, el paisaje cambia de manera radical. Aparecen los bosques de coníferas mayúsculas suspendidas sobre abruptas laderas tapizadas de espléndido verdor. Y huele a húmo y a húmedo. Como en ninguna otra parte.
Me apena que esa plaza de la Gascuña esté tan poco y tan mal valorada. Las traseras del edificio de las Esclavas, una parroquia al estilo Le Corbousier y su residencia y convento adjuntos- condicionan el espacio. La plaza estaba antes que el convento y al erigirse el convento se cegó la salida de la plaza a la carretera de Tolosa y a las villas, que son famosas, y no solo a las villas. También al mar. El barrio de villas (chalés, casitas residenciales de toda clase, hotelitos y algún hotel moderno) es algo así como la parte noble de El Antiguo. La huella de la monarquía y del capitalismo semifeudal de la época. La Belle Epoque, que es clave en la historia de la San Sebastián burguesa de entreguerras pero no en la de El Antiguo.
Somos un mundo aparte. Aquí creció como la espuma una fábrica alemana de cervezas, la Keller, con un edificio fantástico donde se malteaba la cerveza. Y a eso olía entero este barrio donde no rezuman este año los tilos su resina perfumada que embriaga. Es el misterio del siglo: ni en Madrid, ni en Pamplona ni en El Antiguo se han dejado sentir esta año los tilos. ¡Avisen a los ecopolicías de guardia! Está pasando algo que se nos escapa. En el autobús de Illumbe a Zumalacárregui estuvo ayer un pasajero a punto de perder un brazo que se le encajó en una de las puertas de salida y trató de forcejear con ella cuando el autobús iba a arrancar. Un momento terrible. Como el día que un trolebús de Tolosa se estrelló contra el túnel de Miramar. O la mañana aquella en que una ballena entró en la bahía en busca de un nuevo Jonás. Y se asustó la gente.
En Otaegui, la panchineta y las magdalenas y los plumcakes. En Matía. ¿Dónde si no?