Parece que los domingos se corta el tráfico rodado de la calle Matía. Solo pasan bicicletas y patinetes, pero no he visto más que un patinete -eléctrico, por supuesto- y medio centenar de bicis ancladas en los amarres de la plaza de la Gascuña…,
…que, a mitad de la calle, es como la plaza mayor de El Antiguo, el barrio casta de San Sebastián, mi preferido. Aquí no ha llegado la invasión voraz de turistas que poco a poco van destruyendo como marabunta la Parte Vieja, y la destruirán.
La Parte Vieja, el Bulevar, la Avenida y, posiblemente, la playa de la Concha también. «¡Pero cómo voy a venir a San Sebastián y renunciar a un bañito en la Concha…!», le oí decir esta mañana a un pasajero que iba en busca del mar. De lo que queda de mar a esa hora después del mediodía en que la playa es solo un rompecabezas de toallas, toldos y bañistas de agua mansa. Mansa pero fría. La mañana era espléndida. En La Concha y en Ondarreta, que es la plaza de El Antiguo, la buena, la de perder pie antes y salir zumbando de la resaca cuando el marecito manso te resaca hacia dentro sin que tú lo sepas ni sientas. Se seca uno antes. Sol solano y picante. Mañana lloverá. Nubes altas en Igueldo.
Por la calle Matía no habia un alma. Desde que desmontaron el tíovivo, la plaza parece mayor. Ahora se ven los bancos de madera y piedra, los arbolitos que lo sombrean y hasta el recuerdo de una fuente vieja y desecada. La plaza fue durante años el centro de acción de todas las reivindicaciones de la izquierda radical. Miles de reivindicaciones convirtieron la plaza en un lugar marcado por su sello político y por la vindicaciòn de la violencia como recurso de acción. Las cosas han cambiado. Han cambiado mucho. La misma calle también. El edificio donde el Antzara, uno de los bares de toda la vida del barrio, fue demolido por ruina y durante dos años y medio el bar estuvo clausurado.
Con inmensa alegría descubrí ayer que el bar había vuelto a la vida. Muy cambiado también. Ahora está la barra a la derecha y no a la izquierda. Toda la decoraciòn de garito rural guipuzcoano de gusto cashero -cashero de caserío- ha desaparecido. A mí me encantaba aquel banco corrido de madera donde te podías estar un rato largo con el vaso largo en la mano, el vaso sidrero donde se servia el tinto de la casa, por noventa céntimos, o el especial, o crianza, por euro y veinte. Ahora va todo por copas. Los precios han subido un poco, no tanto como en la Parte Vieja y aledaños. Siguen las croquetas, las bolas, las rabas, la tortilla. Los bocatas inmensos. Han quitado las fotos de los remeros de Orio. Pero en el piso primero, justo encima del Antzara, ondean las dos banderillas amarillas con el lema de siempre: «¡Aupa Orio!». Porque el dueño del bar, que parece un galán de cine, y su hijo son de Orio y regatistas.